ACERCA DE CÓMO ESCRIBIR UN POEMA
En varias ocasiones me han preguntado el mecanismo que empleó para
escribir un poema; a mí, particularmente, me cuesta contestar esta interrogante, por
una sencilla razón: No uso ninguno; o los he usado todos; francamente no sé.
Escribir es, para mí, algo circunstancial, impensado y como me agrada
decir: orgánico; pongamos por ejemplo mi último poema “Kleo”; a petición de una
amiga muy querida estoy revisando en su blog una serie de imágenes que ha colgado,
se trata de fotografías de lo más granado de la juventud uruguaya, todas lindas; de
pronto me llama poderosamente la atención una de ellas y por una rápida asociación
de ideas, llego a pensar en Cleopatra, reina de Egipto, de origen griego y en mi mente,
en mi imaginación ambas imágenes, la de la griega y la de la uruguaya se hacen una
sola, y no es que las confunda, sino que reconozco, o eso me parece, los mismos
atributos de legendaria belleza en ambas; quiero aclarar que ni siquiera conozco el
nombre de esta jovencita.
En mi ciudad y en ese momento, está lloviendo; no es un aguacero, pero
a los lejos se escuchan los truenos y también en una rápida sucesión de imágenes, de
pronto siento que estoy en la tarde anterior a los idus de marzo, fecha histórica en que
asesinaron a Julio César, en los días postreros de la República en Roma y ¿qué pasa?
Comienzo a escribir un poema desde la perspectiva de César.
En ese momento contemplo la lluvia desde la triple ventana que hay en
mi dormitorio, pero en mi imaginación me sitúo en un balcón que da a los jardines de
la mansión Julia y veo la lluvia con los ojos de César; pienso en Cleopatra, me tiene un
hijo, el único hijo que me han parido, los dos están en otro palacio de Roma; soy un
hombre que me las he jugado todas, mañana en el Senado me coronarán rey de un
pueblo oscuro de África, ya soy rey de Egipto por mi matrimonio con Kleo…
Mejor lean el poema.
KLEO
E s una tarde íntima, la lluvia la entristece
y buscando sus ojos, me pierdo en la memoria;
no vale apresurarse, la lluvia, aunque no crece,
se vuelve una cortina que me impide la gloria.
Ya sé… tras de las aguas su sonrisa me espera,
como un sol que de pronto disipara la brisa
y veo claramente, como la vez primera:
el brillo de sus ojos, el fulgor de su risa.
A lo lejos, un trueno me dice, que es mentira
y otro le responde que me deje tranquilo;
en la espalda he sentido su aliento, que respira
y muy lejos de El Cairo, me sumerjo en el Nilo.
Son las aguas sagradas, que una vez, le bañaron,
cuando el César, idiota, la miró aletargado,
sonreía coqueta… las pasiones, llegaron
con un amor mundano, vulgar y apasionado.
Cleopatra, hija de Isis, tu belleza me inspira
a describir los rumbos obscenos del deseo,
pero a medio camino, se ha quebrado mi lira,
por el broche de oro del postrer Ptolomeo.
Es un día sombrío, mas la lluvia ha cesado
y los ruidos del trueno, retumban a lo lejos,
cuando emerge la reina de su lecho dorado,
contemplando su cuerpo, desnudo, en los espejos.
Hoy me dijo Calpurnia, que no fuera al Senado.