Black Lyon

Acongoja satánica.



¡Dios mío!

 

¡Señor!

Me encuentro en Egipto y siento como el demonio retuerce mi alma y como plañidera se desprende de mi pecho. La incertidumbre, temor, frustración e ira brotan de mi tórax. ¿Cuántas veces la angustia amarga nos impide disfrutar de una alegría y cuántas veces esa angustia nos levanta súbitamente con fuerza, sacudiéndonos como ramas viejas por el viento, en medio de la potestad de las tinieblas? ¡Oh, Señor! Nunca he sido animal de granja que ha de ser llevado al matadero para alimentar a otros, pero, te aseguro que la acuciante es análoga y justo ahora siento que voy gruñendo, con el corazón a redobles; ojos desorbitados, menesteroso, temeroso y débil... Concentrado únicamente en el destino final que se aproxima y que como si se tratase de un demonio, sonríe anhelando ponerme sus hirsutas manos encima...¡Oh cacofonía!

Bueno solo tú, solo tú eres bueno. ¿Qué puedo esperar yo siendo malo? Aún siendo malo has dicho que puedo redimirme. 

En esta noche obscura, Padre inmortal, acaricia mi alma y sino he de recibir caricia hasta que finalmente el ejecutor haya pasado su hacha sobre mí, que así sea. Pero en cuanto esta sevicia termine, te pido, ¡oh Poderosísimo! me arrulles en tus brazos y hagas reposar mi cuerpo en verdes campos; canta para mí, musitando con tu bello hálito, con esa calidez protectora que solo un cariñoso padre puede dar.

Justo ahora, en mi propio suplicio, azotado, escupido, ignorado; señalado como aquél digno de ignominia, fija en mí tu vista, Dios mío. Dame humildad al momento de colocar mi cabeza en el estribo y lléname de tu misericordia para no guardar rencor alguno a pesar de que los ojos demoniacos estén sedientos de mis gritos y excitados lancen horridos bramidos a los cielos. Perdónalos mi Señor, por qué sí saben lo que hacen, redime mi alma y llévame en dónde tú quieres que esté. 

Hoy comienza la catábasis...