Alberto Escobar

Así lo quise

 

Cuando uno quema sus naves, 
qué fuego tan hermoso hace. 

Dylan Thomas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me vi en la desesperación,
en tu desesperación,
cruzando esa tormenta 
llegada de súbito,
bogando a cientos de nudos a babor,
la lluvia aliada con el mar
contra la resistencia esgrimida,
contra un ansia de vivir y sobrevivir
a tu debacle, atado a esta bitácora
que viene a colación de los errores,
los cuantiosos errores que anoto
cual esquirlas de una bayoneta,
cual pacto de sangre encebollada.
Sí, yo también agoté todas las naves
y me quedé sobre madero a la deriva,
en una alta mar que amenazaba desbordarse
tras el siguiente horizonte, aguas abajo.
Te barruntaba lejos desde mi castillo
de mandos, aunque estabas cerca.
Te dejé hacer para saber de tu capacidad
de sobreponerte a la adversidad,
para aprender en ese trance 
si eras digna de segunda oportunidad.
Te dejé chapotear tras los aspavientos,
dejé que el grito de socorro llenara
el dulce ambiente que en derredor se cernía.
Me dejé comprobar si la añoranza inminente
iba a tomar carta de naturaleza
o sería mero espejismo —dejé estar.
Te acercaste a la obra muerta de mi barco,
de este barco que fue tuyo y lo dejaste
a la deriva contra mí. Te lancé la soga,
te recogí de una muerte anunciada,
te calenté al breve hogar de mi camarote
y te di de beber, hasta que limpiaste
la sal que te llagaba las comisuras.
Te dejé ser capitana, y lo sigues siendo
hasta nada más quedar circunscrito
a fregar las tablas de la cubierta.
Así lo permití.