Ojos marrones llorosos, emociones cuarteadas.
Pícara traviesa, virgen deseada, seductora encendida. Pasa, sin saber que pasa. Mostrando sus piernas largas, sus labios carmesí, su abdomen aplanado, sus pómulos hundidos, sus pupilas dilatadas que denotan intenso frenesí.
La veo y mi corazón se haya alborotado, le pienso y mis sentimientos se van consumiendo. Ella es un fuego silvestre que se propaga en los bosques de mis ilusiones, es una tormenta de nieve que arropa las colinas de mis pensamientos. Es una doncella mítica y codiciada, es ella la más hermosa y perfecta. Y ella ni en cuenta.
Va dejando rastros, destellando luz, derramando belleza, rompiendo corazones, coleccionando miradas, ignorando cumplidos por donde quiera que se pasea. Aveces miro a lo lejos su esbelto cuerpo danzando en un campo de tulipanes blancos cubierta de laureles, distante está y luego vuelve a elevarme. Caí en su trampa seductora, estoy ahogado en su vil e infantil indecisión.
Es una experta en el arte de la seducción disfrazada de moza, me deja avasallado en el suelo. No he sido el primero ni el último sepultado en su viejo cementerio de perdidos y flores. Si al menos se quedará y se conduele, la desafío a otro duelo y en la revancha vuelve y se me quiebra el corazón.
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