Rosa calla, enmudece, silencia, y queda tan tranquila, con esas señas de amar que ella entendió y muy bien por ser muda. Pero, ella escucha y delibera en hacerle el amor, nuevamente a Gilbert, en contra de su poder de mujer adolorida, pero, feliz, inocua, y tan trascendental, como por ejemplo, unas nuevas alas, unas nuevas esperanzas, una nueva salvación, y un nuevo apoyo. Ella, Rosa, antes de marcharse hacia la habitación le pide y le exige tocar su violín de madera en el cabaret “La Rue du Coeur”. En el corazón de París, en la razón de ser, con la misma fuerza para amar en el mismo corazón. Ese cabaret tenía su historia, pues, la dueña era amiga de su madre en la infancia, y también como ella se entregó a un hombre desconocido hasta que no se protegió y nació Rosa y siendo muda se la entrega a una comadre del vecindario a cuidarla, a ella, a Rosa, y se iba todas las tardes antes de que cayera el ocaso a tocar su instrumento de cuerda más favorito el violín de madera. Pero, esa noche, fue esa noche que quiso tocar melodías nuevas en el cabaret con su violín de madera, y con un “pizzicato” nuevo o con escalas y un arpegio con su violín de madera, el cual, lo tomó con sus manos cuando se coloca entre la barbilla o mandíbula, y comienza a tocar dicho instrumento de cuerda en el cabaret “La Rue du Coeur”, cuando, de repente, escucha un grito y era el de Gilbert vitoreando a Rosa en el cabaret. Cuando en el percance de ese grito, avivó más el coraje en tocar su violín con mucho más ímpetu y con un ahínco supernatural. Y melodiosamente entonó la canción y con un “pizzicato”, se enredó el deseo, la lujuria y más que eso la viva pasión de querer amar y de amarrar el corazón a esas cuerdas del violín esperando entrelazar la manera y tan efímera de creer en el combate de dar con el clavo cuando se piensa en amar y en ser amada. Cuando el coraje en sobrevivir se llenó de sorpresas hechas como el haber sentido la fuerza de que en el momento se siente como un débil tormento, pero, tan natural como el sosiego, y la más paz y la más bella tranquilidad. Y ella Rosa, sin percatarse de que sería la última vez en que toca a su violín como violinista y cabaretista del cabaret “La Rue du Coeur”, se siente dichosa, compasiva, y más que eso se siente distraída, pero, por el amor y la pasión hecha deseo. Cuando su mundo y su momento se abrió como el mismo imperio en sus ojazos azules, y con sus cabellos negros como el azabache se siente como una princesa y sí, si tiene príncipe. Cuando en el mayor trance de la verdad se siente como el mismo soslayo de creer en el mayor recelo de la vida misma, y debatir en el mismo camino y con el mismo destino, ella Rosa, no podía más. Si se siente como el pasaje de ida y sin vuelta, o sea, sin regreso alguno. Y sí, que lo quería y lo requería como tormento en creer en el mayor embate de saber que su instrumento vá más allá de la pureza y de la verdad. Y todo porque en el trance de lo perfecto, ganó al amor y más que eso a su instrumento como todo el ruido que despide el mar abierto. Y lo tocó melodiosamente y entonando sus canciones preferidas sucumbió en un sólo trance el ir y venir lejos de allí como la tormenta que se avecina en el lugar. Y más cerró sus ojazos azules y dejó que el poco viento que entra al cabaret le secara sus cabellos rizados de negro azabache. Y se detuvo en un instante al tocar su instrumento en que el viento le roza el rostro, cuando en la penumbra y en el imperfecto de todo, se dió lo más efímero de un todo, y llegó Gilbert y la tomó por el brazo, otra vez, escurriendo el momento y sin mediar palabra, si le encantó el silencio que de ella emana y se la llevó. Cuando en el trayecto efímero se entregó lo más fuerte de todo, y en contra de todo y de todos los amores y de pasiones buenas, sólo llegó a electrizar la forma de ver el evento y en decaer en el mayor trance entre los brazos de ese gran caballero. Cuando en el suburbio de lo autónomo se debió de entregar lo que más se electrizó en el combate de creer en amar nuevamente, y fríamente calló como calla una muda sin señas, esta vez, sin ruidos que entorpecen la voluntad de ese hombre que la quiere amar, y entregarle de todo como lo más superficial y de una fantasía en la que cada cual vivía cada uno en su memoria, pero, ¿era fantasía o realidad?, la tomó por el brazo y se la llevó lejos de allí de ese pobre y cruel y terrible cabaret “La Rue du Coeur”, y la amó insistentemente, apasionadamente, candentemente y ardientemente, y sobre la cama la tiró, la deslizó suavemente, escurriendo sus besos y sus caricias como todo caballero a quien ama desesperadamente a una mujer, sí, a una mujer y más que eso violinista y de un cabaret que sino debió de ser por él, no se hubieran conocido. Cuando se interpretó en la forma de ver el sistema de creer en el desierto y más que eso en el inicio de un mayor evento como lo era el verdadero amor. Y se amaron vehementemente y sin un aciago momento ni un funesto porvenir, y todo porque querían unir sus vidas como toda pareja en el amor. Y la ama como nunca a Rosa, y Gilbert, enamorado y sorprendido por la forma de amar de Rosa, cuando en su insistencia quiso hablar y no quedó mudo como ella, sino que quiso expresar lo que nunca sus más débiles problemas, y sus más escasos desaciertos en la vida de un empresario. Y le contó a Rosa de que tenía muchos problemas, y que era un americano astuto, pero, su astucia le parecía que llegaba a su final. Y que lo estaban persiguiendo por unas malas transacciones hechas por él mismo en la empresa. Y que lo querían matar para entregar un disco informático de dicha empresa, como preámbulo de un desconcierto autónomo de creer en el mal trabajo hecho por un empresario y tan real como era él mismo.
Y la quiere amar, otra vez, sí, si que la quiere amar a Rosa, estaba en ese clímax casi perfecto entre el amor y la pasión y ella tan desnuda y tan desvestida de amor y de soledad y de clandestino amor. Cuando el suburbio de lo acontecido se debió de aferrar al desastre de creer en la llave del amor, cuando en el trance de lo imperfecto, se llenó de amor y de pasiones dadas, y tan perfumadas, como el mismo instante en que se debate una sola espera y tan inesperada en oler a rosas como la rosa que halló en su violín de madera tirado al lado de ella. Cuando en lo intransigente de todo, debió de dar con el clavo seguro y no con la espada insegura cortando por el filo más fino. Cuando en el trance de lo imperfecto se automatizó la espera de esperar por un rumbo e incierto porvenir, cuando se enredó el ocaso en un desierto autónomo de creer en el mal instante en sobrevivir en la gran espera. Y por creer en el amor quedaron ambos, y los dos se llenaron de riquezas dadas y de un viento soslayando en lágrimas de felicidad, sí, por el amor que se tenían los dos. Y el violín de madera a su lado y ella desvestida de ropa, de ansiedades, de pasiones buenas, y de ardiente deseo. Cuando floreció su alma y más como un jardín lleno de rosas, las cuales, quedaron después en rosas marchitas, cuando en el trance de lo imperfecto se dió lo más efímero y lo más perenne de un mal trance. Y se perfiló en demostrar su amor cuando la tomó de la mano y la llevó hacia la ventana de esa candente y pasional habitación, cuando en el camino se dijo que el delirio se debía de tentar como se tienta el alma de fríos y de gélidos vientos y álgidos nervios y todo por el amor a cuestas de la pasión. Y le dijo que la amaba, que en su corazón sólo existía ella, y que el amor estaba a cien grados de calentura sobre su piel. Cuando la vá a besar en esa ventana clandestina de amor y de pasión, entró una bala, la cual, le perforó el costado a Rosa, y la dejó caer sobre la cama al lado de su violín de madera junto a aquella rosa en el mismo violín. Y Rosa ensangrentada y con su violín también lleno de sangre a su lado, y se derramó sangre y por una plétora abundante de fríos y de escalofríos dentro del mismo embate en querer sobrevivir y en querer amarrar el alma a la luz y al corazón a sus latidos.
Y el mar, ¡ay, ese mar desértico!, en el cual, en el peñasco entre la arena y ese mar se sentaba allí Rosa, cuando ella sólo quería tocar a su violín de cuerda y de madera, el cual, se atrevía a identificarse como Rosa, la rosa que el viento no marchita jamás. Y con ese sabor a sal del mar, ella Rosa, sólo ella, se vió alterada e ineficaz como el tormento de ir y venir lejos de allí, de ese mar bravío e impetuoso. Y se dió lo más pernicioso de un todo, cuando su rumbo no cambió, sino que la rosa marchitó sí, como una rosa marchita y en ese mar dejó sangre, olor a su perfume de rosas, y la sal de ese mar entre sus más quereres. Y se dijo que el mar era como su abrigo, su frío y más que eso su instinto, en saber que el mar abriga a su clandestina manera en sobrevivir más en lo imposible de creer que su sangre llenó a ese mar torrencial e impetuoso de una plétora sanguínea de su cuerpo y más de una rosa callada entre el viento y ese mar abierto en desesperaciones claras y tan infundadas de tormento, brisa y fríos. Si ella, Rosa, quiso con su silencio amar y ser amada. Si la rosa que marchitó entre sus cabellos de azabache quedó llena de sangre en ese violín de madera al lado de ella, de Rosa, la rosa violinista y cabaretista de aquel cabaret llamado “La Rue du Coeur”. Y siendo muda quedó inmuta, enmudecida y tan tranquila, en que se fue de la vida como una rosa sangra de dolor con sus espinas punzantes de delirio y de escalofríos, dados en una noche donde finalmente quedó con su sonrisa y sus cabellos mojados por tanta sangre en plétora abundante. Y fue el sonido de notas agudas y graves el que le hicieron ver el reflejo del sol sobre aquel mar donde en el peñasco de arena, ella, Rosa, toca su violín de madera, en el cual, ella se aferró desnuda de tanto delirio sosegado, intranquilo y devastado, de iras inconscientes e insolventes de temores inciertos. Y desvestida de ansiedad, de amor y de pasión, sólo se vió empapada la rosa de lodo y fango como la rosa en el violín de madera de Rosa… y en silencios quedó la muda enmudecida, atormentada, pero, llena de amor en amar y en ser amada. Sólo quedó como el mismo dolor en que ella la violinista y cabaretista de “La Rue du Coeur”, quedó aislada, y maltrecha y en sola soledad quedó destruida y derrumbada y más que eso desvestida por haber amado y más con su violín de madera al lado como esa rosa que en un bache la empapó de lodo y de fango dejando a sus cabellos mojados por la suciedad de la vida que a veces deja en la vida. Y quedó Rosa, allí, tendida sobre la cama, y con una bala sobre sus costados fríos, y por el lado de ella, un violín ensangrentado con su propia sangre, la cual, se llenó de una abundante y sangrante escena. Y Gilbert, sólo le dijo -“mi violinista Rosa, como la rosa en el violín de madera, sólo quise que amarás como yo te amé”-, y Rosa expiró dejando en su violín la canción entonada entre el mar y el cabaret “La Rue du Coeur”. La melodiosa canción del mar salado y con su entonación en “pizzicato”, sólo le dijo adiós al violín con esa rosa empapada de lodo y fango. Y el violín de madera ensangrentado con la sangre de Rosa, el cual, siempre Rosa tocará el violín de madera en el cabaret porque era ella la rosa en el violín de madera.
FIN