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Este paisaje humano de muros y más muros
donde el viento se estrella, cuando cae el ocaso,
pasea pardo un sueño recurrente, de oscuros
matices inconexos, en que brilla el fracaso.
Una música turbia se percibe en la esquina
del callejón. Silente la noche en el bullicio,
tan natural al hombre solitario, germina
y, entre arpegios de sangre, le asoma al precipicio.
\"Solo somos silencio\", susurra la serpiente
sus disparos en sombras, y un espejo se quiebra
tras el ángel caído que, oculto entre la gente,
callado a sí nos nombra desde el paso de cebra.
Las horas, eslabones de un tiempo ya concluso
por el que, danzarines, los gatos escarlatas
asoman en los párpados nubosos de un difuso
espectro agonizante que yerto, a cuatro patas,
dirige la función, como si practicara
autopsias en la calle a ritmo de bolero
mientras que la basura del múerdago y la clara
mutilación del día se acercan al primero
que pasa por su lado, tan ciego como vivo.
Entonces esa mugre del cielo de la boca
entona una canción sin letra que percibo
bajo la marejada salvaje que nos toca
nadar en estos tiempos de prisas y egoísmo,
y el ruido a contraluz parece que perdura
hermético, cerrado, violento, en paroxismo,
como si en su interior fluyese la amargura.
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M.