Sueños
con ecos de agua
que escurren de mis dedos
al desagüe tibio de tu frente,
párpados en vuelo
hacia otra parte;
lejos.
He dejado
las ropas de mis gestos
a la puerta,
he desnudado de otros
mis silencios
y ahora te encuentro
solo piel, vestida
rigurosamente, por completo,
de mí mismo
en esta fiesta de vacío
que el aire de tu cuerpo
me celebra
y yo apenas sobrevuelo.
Algo
se ha dormido suavemente
sobre el techo,
sobre el suelo
tu melena.
No es cansancio,
nunca es tedio
este fino perfil de eternidad
en que me extiendo
y al que tu boca dice casa, cama
de mi tiempo.
Confíame el cordel
que descorre el velo
de tus sombras
y tus sueños,
abrocha el cierre de tus manos
en la mía, en esta vida que ahora miras
no hay más riesgo que tu miedo.
Lo prometo.
No me temas,
no soy nada más que esto:
una mirada avergonzada
y una sonrisa en un ser serio
que si caes,
querrá ir contigo al suelo.
¿Ya es la hora?
¿Y qué hiciste con mi tiempo?
Adiós,
te miro y me sumerjo
en las viejas
ropas de mis gestos,
entrego a otros
mis silencios,
marcho meditando
lo absurdo
de esta locución cuando me alejo
si no es tu presencia la que aplazo
brevemente en el instante en que te dejo,
y es al verte cuando digo
a tu ausencia y tu memoria
mi tristísimo hasta luego.
Y, ahora,
que tu ropa vuelve
a estar sobre tu cuerpo
y tu lecho ya no es más
que un sitio para el sueño,
no me olvides,
conságrale tu aliento
a mi forma en la ventana,
desde algún lugar secreto
yo estaré mirando
hacia tu calle, allá a lo lejos,
cuando ya solo permanezca
en tu piel como un recuerdo,
como un roce, como un temblor
que se estremeció sobre tu pecho,
como un ídolo de agua
que te busca en el desierto.