Kairós dicen unos que hermano,
otros que hijo de Crono, otros
lo ignoran, otros lo buscan con denuedo.
Kairós tiempo oportuno, la secuencia
íntima que cada cosa tiene, la sazón
que requiere la manzana, la uva verde...
Mi dios no es Crono ni Chronos, ese
que quiso devorar a cada vástago
tal y como salían del vientre de Rhea
y ciego de desesperación —el oráculo
predijo su defenestración filial—.
Prescindo de los relojes, que duerman
igual que yo, que se olviden
de que son sucesión inasequible,
de su cuadratura circular atravesada
por unas flechas que añoran su arco.
Kairós es mi sol, hacia donde mi paso
no pierde horizonte —prescindo
del móvil cuando salgo—, es la cadencia
del celulaje que me consiste —la mente
debe recuperar su tiempo perdido.
De un tiempo a esta parte lo he decidido:
El bibliograma mitológico que secuencia
la Teogonía hesiódica cayó por el sumidero
del wc; el slow se impone a todas luces.
Vivir sin mirar el reloj, ambición cenital,
anhelo del hombre moderno, hito
inmarcesible del antropoceno.