Raiza N. Jiménez E.

¡Ah!, ¿Mantenida?

¿Yo, complicarme con sus cosas?
No se me hace posible.
Complicarme con las mías,
eso es más laborioso.

Y, además, muy fastidioso.

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¿Debo pedirle a mi amo
el permiso y su voluntad
para andar por los caminos
como si no tuviera dueño?
La vida me la entretengo
en trabajos silenciosos,

hasta que viene mi dueño.

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Sin amigos, ni enemigos.
No quiero perturbar, 
de mi hombre, el sueño
Pa´ que no se ponga rabioso.

¿Qué, por qué hago yo esas cosas?

Porque soy muy respetuosa
del hombre que me mantiene
y no quiero por amistad,
que se me pueda ofuscar 
y le tenga yo que rogar
que, me aclare mi destino,
en eso de andar de ociosa.
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Yo muy clarita estoy, que no
quiero trabajar, ni muchacho 
amantar y, mucho menos, bregar
con las cosas de hogar.
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Prefiero irme a rezar 
a la ermita de la esquina.
Allí llegó, no hace mucho, 
un curita, bien blanquito, 
parlanchín y extrovertido, 
que es amigo e` la vecina.
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Siempre anda, el condenado, 
bien vestido y perfumado. 
!Eso se lo he notado!
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Y, me mira de rabito, 
como si quisiera fiesta,
y yo que no le paso esa,
me lo devoro también.
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Quién quita que la sotana
no resulte impedimento,
para llevármelo a la cama
cuando no esté mi tormento.

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¡Bueno, yo sé que Mujer prevenida,

 siempre se hace la agradecida!

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