Sí, quería ver el sol, en el amanecer para sentirse vivo, hábil y con vida. Pues, en el amanecer sólo con sobriedad si es que llega sin alcohol entre las venas, y por una embriaguez en su corazón, y sin una maldita resaca, si espera Don Isidro. Y por delante de un sólo tiempo, se hirió como tormento y como un frío devastado en querer lo que empieza y lo que termina, cuando en el embate de creer en el final nunca llegaba. Si en el tiempo, y en la soledad, sólo en el tiempo, era maldito siempre y cuando, cuando era de sobriedad y recordar a su eterno amor y tan verdadero, no era demasiado bien para él. Y trató de incorporarse, pero, cayó solo, herido, y con esa borrachera entre sus venas, y fríamente cayó en redención, y en contra de un desastre cayó otra vez con el alcohol ardiente dentro de sí. Estaba borracho, pero, no mal, sí, pidió un taxi para poder moverse y llegar a sus aposentos más fríos, gélidos y dejando fría más el alma y más la piel. Pero, aunque no quería llegar a su casa, sólo quería quedar tomando alcohol para envenenar más a sus venas de ese maldito alcohol.
Si Don Isidro se incorporó, o sea, se puso en pie en esa mesa maltrecha y de soledad ambigüa, de recuerdos maltrechos, de odios y de desavenencias inconclusas, y de amores sin ser correspondidos. Mientras se tomaba el último trago se detuvo el tiempo, y pensó, en quedarse un tiempo corto más, cuando sintió como salir de un pozo o de un abismo frío y sin salida, y en ese precipicio devastado de iras, de odios y de tormentos. Se petrificó más la espera y se disolvió la forma en poder creer en el instinto más apaciguado, más tranquilo y con una paz sorprendente, sí de Don Isidro. Y Don Isidro, por fin se puso en pie, se incorporó y se electrizó la forma de creer que él estaba sobrio, pero, no estaba más ebrio y que el mismo alcohol en la copa de trago. Y, otra vez, el tiempo de detuvo, se enfrío la calma, y fue álgido el momento, y no se enteró de que la flor la rosa que lleva en su lado izquierdo del smoking en el bolsillo, cayó sobre aquella mesa, donde lloró callado, silente y en silencio recordó toda su vida. Y cayó la flor, como un alma en pena, como un dolor en el alma, como una tristeza en sus ojos, dejando inerte el tiempo, y más que eso dejando huérfano el smoking y todo por una rosa. Y tan clandestina, como siendo la huésped de la mesa en el “bar”, en ese bar bohémico, y con tenue luz, una luz a medio término, de color blanco y al lado un cantante, un bohémico, y un poeta de la vida misma, que con su poesía en canción hizo delirar a la multitud en el “bar”, con sus penas y alegrías y sus dolores y sufrimientos. Y no se llevó a la rosa, sino que debió de entregar lo que no corresponde, la esencia, y al presencia llena de ebriedad, para quedar sobrio, pero, no, no entregó nada más, que aquella flor que le cayó desde su bolsillo con el smoking de color negro hacia la mesa donde se halló sentado sin compartir dolores ni penas. Y quedó como todo señor elegante y sí, se incorporó, más y más, cuando en el tiempo, sólo soslayó, en penas y sufrir, y se fue de ese “bar”, dejando a la rosa, caer desde esa altura de su bolsillo, dejando caer y olvidando latidos fuertes, dejando caer la mala o buena suerte, dejando caer el tiempo, y las horas inexistentes y dejando caer en el tiempo, un sólo capricho y tan desnuda, y limpia de espinas, sólo con su olor y sus pétalos, y una hoja, sólo se dió lo más putrefacto de todo, y se olvidó de la rosa, la rosa que olvidó, Don Isidro. Una hermosa rosa, callada, y sin hacer el menor de los ruidos, cayó sobre la mesa, y Don Isidro la olvidó, la rosa que olvidó en ese “bar”. Si cuando la dejó, barrió con el desconsuelo, con el malvivir, y con el maldito tiempo en que perdió Don Isidro pensando e imaginando toda su vida. Pero, el alcohol no se perdió ni una gota, se llenó de su efervescencia, de su sabor y de su olor, y más que eso se embriagó. Y no tuvo más salida que llamar a un taxi, porque no podía manejar en ese estado de embriaguez. Y la rosa que olvidó, dejando tiempo, olor y más que eso soledad, inestabilidad, y desconciertos vivos. Cuando su esencia ofreció lo que más se petrificó en el alma dejando amarrar el combate de creer en el alma, dejando una mentira y un sólo falso amor, y una ilusa pasión, que se desvivió de tiempo y de una sola cosecha, en creer que su esencia le favorece más por el amor verdadero. Cuando los celos de la vida, se identifica como el mismo combate de creer en la vida, y más en el comienzo de amar nuevamente. Y Don Isidro, lo sabe que su mundo había caído, había dejando de amar y, por ende, había dejado que la lujuria y que la libidinosidad de su sexo sintiera lo que un joven siente. Pero, no, no quiso eso, y no quiso sentir más allá de la razón total y de creer en el momento, un suburbio autónomo de la sola razón, y que estaba devastado, ido de la vida, embrio totalmente y con una embriaguez por un alcohol en copas de olvido, y en poder recordar, lo que más pasó, y lo que más triunfó en el corazón un fuerte dolor, como el dolor de querer amarrar a su costado lo que más fue y será. Y la rosa que olvidó, n la mesa, en aquella mesa, en la cual, revivió momentos pasados, un pretérito devastado, y un pasado lleno de dolores. Cuando en el albergue de un todo, se dió lo que más, en el trance de lo imperfecto, de lo real y de la conmiseración, solo se llenó de iras y de dolores fuertes, como el haber dado con el dolor en el mismo pecho, y como en el mismo trance de lo ideal, dejó caer y no se dió ni cuentas de que la rosa había caído desde su bolsillo, dejando solo al smoking, y como el negro color de su esencia, como el luto descompuesto de toda su vida en dolores y en penas de soledades. Si en el tiempo, y en el acecho, en creer en el alma se dió como el tormento en frenesí, de iras insolventes y de iras clandestinas, al pensar e imaginar que una rosa podía con tanto dolor como el haber nacido espinas desde su más cálido tallo, siendo y emerger de sus mas recóndito tallo. Y la rosa allí, fría, inerte, yá no tenía el calor ni de los latidos ni el calor del bolsillo de su dueño. Y se dió lo que más se petrificó en el alma en soledad, la rosa que olvidó. Una rosa trascendental, única en su clase, y una flor nacida para el amor, y en demostrar su esencia sólo le faltó a alguien a quien entregar esa rosa.
Y la rosa en el olvido quedó en el olvido. Sin poder atraer el amor, o la angustia o el temor o el pavor en haber sido adquirido en el amor sin ser correspondido en su primer amor. Y así fue, que su esencia y su maltrecho coraje quedó en soledades inconclusas, de temores, y de ansiedades. Cuando logró llegar a derretir ese frío en ese smoking de color negro. Y el calor yá venía, cuando tomó el taxi. Un taxi del año ‘76, si era el ‘82, era un viejo taxi para decir en verdad. Y sin aire acondicionado, y sin un compasivo y excelente manejador con el que se entabla una conversación ajena, pero, en dulce y confiable compañía. Y la rosa que olvidó, en aquella mesa devastada por el frío y por la incomprensión, yá casi toma el taxi Don Isidro, sin antes pagar sus tragos y dejar una propina sustancial al bartender, y a la mesera. Cuando su esencia se perfiló en demasiada cortesía, y cuando yá iba a subir un pie al taxi, sí a ese taxi viejo, se recordó de algo de que había dejado la rosa, sí, la rosa que olvidó en la mesa. Y sí, que la olvidó en un trance perfecto, porque cayó en forma perpendicular dejando inerte y frío al smoking. Y queriendo deformar los instantes, cuando su dolor le dolió con demasía daño. Cuando su rumbo y su perdición cayó en reo como en una prisión, devastada por el tiempo y la maldad. Y fue Don Isidro, a buscar la rosa, la rosa que olvidó, entre aquella mesa, delicada, y fuerte y con tanto ahínco sobrenatural, se dedicó en forma trascendental, a querer a esa flor desnuda de fríos, y de dolores como los latidos de su corazón en la parte izquierda de su smoking. Y antes de poner un pie en ese viejo taxi, se vió al viejo Don Isidro buscando lo que dejó, lo que olvidó, a la rosa que olvidó. Cuando en el olvido de todo aquello dejó a la rosa que olvidó, en un trance de ser como el mismo mal instante, en que cayó el deseo, y la muerte en casi marchitar de esa terrible rosa. Pero, no, no marchitó jamás. Y regresó a ese “bar”, bohémico, lleno de luces y de un piano que acompaña al cantante bohémico y al poeta con su inmensa poesía. Y halló lo que nunca a una mujer en aquella mesa que él había dejado por marcharse de lugar a ver el sol en el amanecer, y sí, que lo vió, pues, su forma de ver en el silencio se dedicó en ser como en el mismo imperio de sus ojazos negros en ver a ese sol en la alborada. Cuando vió el temblor en pieles de mujer frívola, y ella, sí que tomó a la rosa que olvidó, a la rosa que dejó en el olvido, a esa rosa que le calmó sus latidos en la izquierda de su smoking. Cuando en el delirio nefasto y en calma se enfrío el desorden de aquella mesa, en la cual, dejó tirada y abandonada, a la rosa que olvidó, sí, Don Isidro, en ese “bar”, en el cual, se llenó de una sola multitud, en la cual, se olvidó del trajín de sus vidas y de sus problemas y preocupaciones. Cuando en el imperio y en la sola soledad se dió lo que más se aferró en el alma, una sola solitaria soledad. Y esa mujer con la rosa que olvidó, en contra de una sola voluntad, si la había dejado caer, en el tiempo y más en aquella mesa. Cuando en el trance perfecto de la vida se vió aferrado a esa rosa, a la rosa que olvidó, sí, Don Isidro. Cuando se aferró en el combate de amar y de amarrar el deseo en el ambigüo porvenir y con esa mujer. La mujer que tomó a la rosa que olvidó, dejando llevar la inercia y tan fría como el mismo antónimo de creer en el amor a cuesta del dolor. Cuando sintió el suave desenredo de enredar en una vil telaraña en creer en el sueño y en la vida. Cuando en el trance de la verdad, Don Isidro, se aferró a la noche fría y tan descendente de saber que su esencia de creer en el alma devastada de saber de su esencia. Y esa mujer, sí, se quedó con la rosa que olvidó, Don Isidro, cuando en el trance de la verdad, se dió como el mismo principio, en decaer lo que se aferró más al dolor. Cuando en esa mesa, ésa mujer, logró tomar a esa rosa que olvidó, Don Isidro, cuando en el derrumbe total se ofreció la eterna elegancia que le caracteriza a Don Isidro. Cuando se presenta como todo caballero, como todo hombre guapo, esbelto y más que eso caballeroso. Cuando todo se dió como lo más normal. Y esa mujer la conoció y más que eso la conocía, era y fue su primer amor. El que por consiguiente lo había dejado por no poder corresponder. Y esa mujer, sí, que la amaba Don Isidro y que por ella daría todo, cuando se aferró al cobarde tiempo y más que eso se dió lo que más se aferró en el alma. Y esa rosa que olvidó, dejando inerte la vida y más que eso al color rojo pasión, y se le encendieron los ojos por un brillo trascendental. Cuando el amor lemllegó nuevamente y era con la que más quería y más amaba a su primer amor. Y ella tomó esa rosa que olvidó, dejando inerte el reflejo de esa luna desértica en el mismo cielo añil. Y si yá casi renace el sol en el amanecer. Cuando en el trance y en lo imperfecto de todo se dió lo que más fue equitativo y más natural. En saber que su amor llegó como el más querido de los tiempos, cuando ésa mujer, que tenía la rosa que olvidó, Don Isidro, la mantendría con amor, y con un rojo pasión desnudo de temores y de ansiedades y de dolores de un pasado que Don Isidro, pretende olvidar. Y sí, que la tomó en sus bellas manos, dentro de sus más anhelos más hermosos, más dadivosos, más ofrecidos, y más queridos, amando a esa flor que Don Isidro, a esa rosa olvidó. ¿Y, la olvidó realmente?, pues, no, si regresó y volvió por ella, por esa rosa y más que eso por el amor y por la vehemencia en que cayó el temor, en ser devorado, por el amor y por la pasión hecha de ésa mujer quien tomó a esa rosa en el olvido entre sus más hermosas manos. Si cuando Don Isidro la mira y la observa creyendo en el amor pasado y más sabiendo de que era ella su rosa perdida y en el olvido, su embriaguez se fue del cuerpo y más de entre las venas y más de su corazón perdido, cuando supo de que era ella la mujer que una vez no le correspondió.
Y sí, era ella, la mujer que amó Don Isidro toda su vida, y más que eso tomó la rosa que se le había caído de su smoking a Don Isidro, tomando el amor y la pasión junto al desenfreno de un nuevo instante en que se vieron cara a cara en el “bar”, en ese “bar” bohémico, y trascendental, cuando la multitud yá se marcha lejos a su hogar viendo salir casi el sol. Y yá cansado de esperar le dice caballerosamente a la mujer que tomó la rosa que olvidó en sus manos, que si se podía sentar junto a ella, junto a ésa mujer que calla, que enmudece, y que inmute de amor y de pasión ardientemente. Y forzando la conversación entablaron una sola verdad, y una sola expresión, en que hablaron de todo, menos de aquel amor que se tenían conjuntamente cuando eran mozos los dos. Cuando en el coraje de creer en el alma, y en su luz devastando un sólo por qué se vió forzado y helado en el alma fría en querer amar y en ser amado como debió de ser correspondido en los años de juventud. Cuando en el derrumbe de su corazón se vió atormentado, funesto y aciago, pero, felizmente enamorado de esa mujer, otra vez, como si hubiera sido ayer. Y le dio al taxi que se fuera, que permanecería un rato más en el “bar”, bohémico y trascendental, en un momento de aciago percance cuando esa mujer tomó a la rosa que olvidó entre sus manos. Y él Don Isidro, le toma las manos a la mujer que vestía de rojo también, cuando en un momento le dice -“te amo, te amo desde siempre y desde toda una vida…”-, cuando en el tiempo y más en el ocaso se dió como el mismo tormento y como el mismo lamento de toda una vida. Cuando entre aquel instante se vió aferrado a ella, a la mujer de la rosa que olvidó, entre aquella mesa por donde se siente el mejor o el peor de los instantes cuando en el alma se aferró al delirio y tan corto como la aproximación de ésa mujer con él, con Don Isidro.
Y Don Isidro la tomó por la mano, por donde ella tenía la rosa que olvidó, la que nunca dejó, la que nunca olvidó, y la que nunca abandonó entre aquella mesa del “bar”, bohémico, con ese piano y con ese poeta cantante de poesía, el cual, entonó su mejor melodía, acechando lo mejor de un suburbio en el corazón con llantos y alegrías, y con penas y dolores. Cuando en el trance de la mejor manera de creer en el imperfecto instante se dió la mejor carta de presentación, cuando en el momento se debate entre lo amargo y lo cruel de un instinto y de una insistencia en el corazón. Y la tomó por la mano, y se la llevó lejos de allí, queriendo amar y besar a esos labios de mujer que por lo tanto, que quería y anhelaba besar tanto. Y sí, que vieron el amanecer juntos, callados y en un silente silencio, se amaron como nunca.
Si vió el sol, como lo que más quería tratar de olvidar, el pasado, ¿y lo logró?, pues, no, no lo logra, si era ella la mujer que amaba y más que eso la mujer que quería amar en toda su vida. Si cuando quiso amarrar a ésa mujer a su vida, no lo podía hacer porque él Don Isidro era y es casado, pero, la amó totalmente, deliberadamente y con mucho amor y mucha pasión. Y quiso ser en su corazón como los latidos de ese corazón enamorado. Y con mucha presencia la ayudó a ver el sol, ese amanecer, y ese amor de cuando eran jóvenes. Cuando en el trance de lo irreal, de la fantasía, y de la irrealidad, se tomó un café en ese hotel y con ella al lado, y más con una mujer decidida, fuerte y tenaz, pero, que cuando jóvenes no le correspondió y ahora después de casi tres lustros, le amó como nunca. Y quince años después, se amaron como nunca destrozando como nunca un delirio marcando un trance casi perfecto, casi trascendental, y casi inocuo. Y entre aquellas sábanas blancas de hotel, se quisieron como nunca y dejando marcado un amor, y una pasión ardientemente como nunca antes vista y menos amada. Y la rosa que olvidó, la dejó inerte, fría, pero, candentemente cálida sobre aquel gavetero viejo y con el reflejo sobre aquel espejo se dió lo más amado que nunca, un amor como nunca antes visto. Cuando en el instante quedó tan amarrado a esos cabales y a esa caballerosidad, y por ser un gran caballero. Cuando en el percance se le atribuyó al sol del amanecer, un nuevo día, un nuevo desenlace y con un final trascendental, y como un nuevo amanecer. Cuando en el momento atrapó lo que nunca, a todo un sol, destrozando un bello amanecer con rayos de luz. Cuando en el trance de lo imperfecto se ofreció lo que nunca en el combate de creer en el delirio autónomo en salvaguardar lo que aconteció.
Cuando calló, como todo un silente, con un silencio atroz, y un suburbio autónomo de creer con la verdad, de que en el silencio se siente como un desastre. Cuando en el aire cayó lo que calla una mentira, pero, no, todo era la verdad, y era como un sinónimo autónomo de ver el silencio en la verdad, cuando en el aire se tomó en el aire como un suburbio lleno de iras trascendentales como la pureza de la verdad, como la herida en impurezas dadas, cuando en el aire sosegó en la calma una desavenencia autoproclamada. Cuando en el aire soslayó en el deseo, y en el claro amanecer, cuando ardió el viento con ese sol en ese hotel donde se amaron. Cuando en el viento y en el cálido tormento, se dió el hechizo de que el cielo se atormentó cuando ocurrió el desastre de ver un nuevo amanecer. Y llevó Don Isidro, una rosa en su bolsillo izquierdo de su smoking, cuando a la rosa la olvidó, entre aquella mesa, la cual, se dió lo más efímero de creer que en el viento, y se llenó de iras insolventes de que, en cada cual, se dió como tormento veraniego de un sol que salió como un desenfreno, como un combate de creer en el alma a ciegas. Y en saber que su destino era frío como las manos cubiertas por esa rosa que olvidó Don Isidro entre aquella mesa del “bar”. Cuando en el trance del olvido, se olvidó Don Isidro de esa rosa en el smoking de color negro. Cuando en el luto del color negro se reflejó el único desastre en poder creer en el desastre de ese amanecer, cuando en el delirio delirante de saber que el silencio adormeció la calma y más a esos rayos del sol. Cuando en el instante se ofreció lo que más se entregó en el alma, delirando de temores inciertos y de fríos nuevos deseando amar y amarrar el desastre de un nuevo porvenir. Cuando en el trance de la verdad, se retiró de la verdad, y de la seriedad acometida de un trance de un suburbio marcando la ira y las desavenencias autoproclamadas. Y por un trance verdadero, y tan eficaz como lo fue el tormento, de ver a la rosa que olvidó en el suelo, en aquel “bar” donde terminó en ver el sol, con la rosa que olvidó entre aquella mesa de ese “bar” de bohemia.
FIN