Te fuiste evaporada como un vaho bucólico
descendiendo por los siglos acantilados
llamando a las pieles abrigos, a los huesos ensayos.
Votando de las cejas a las rodillas.
De los erguidos a los agazapados.
De los altivos impostores.
De los contraídos en sus oprobios mayores.
Te has manifestado en esquemas religiosos:
Como la pulpa curandera de un retrato de por vida
que no sana a cualquiera.
Te has conjuminado al ostracismo
de un horáculo de pacotilla
Llamando a los cuerpos rehabilitados
de recorrer tantas millas
Un universo opaco, viene a tu encuentro.
Una muerte segura, casi lo mismo.
Con la que cuentan sus gotas los sabios.
En sus orillas ignotas o quizás eruditas.
Con las que se secan las lágrimas los astros.
Y el celador de la noche las clasifica.
Te manifiestas con tu proceder cotidiano:
Muerte de la vida.
Ese es tu comienzo que no termina:
Tu madera de carne y astilla
Tu clavo de cuerpo resurrecto
Esa es la tempestad de tu melancolía:
Tu adrenalina de impuesto.