Oh cuántos años y cuantas duras penas
cuántos lamentos trajeados de sonrisa,
cuántos sermones sin asistir a misa,
cuántas lecciones vestidas de condenas.
Y cuánto tiempo perdido en el encanto
de aspiraciones tendidas en la nada,
cuánta embestida cayendo en la hondonada
de un nuevo grito dormido bajo el llanto.
Al fin la vida se me antoja escueta,
al fin la muerte me parece bella,
al fin el polvo volverá a su estrella
cuando la muerte done su silueta.
Tan solo exijo el deleite del veneno,
tan solo aspiro al delirio de la hoguera
tan solo pido las delicias que me diera
aquel reposo de un dormitar sereno.
Cuánta dulzura se vierte en mi semblante
que yace quedo, buscando en el incienso
un sueño eterno que borre de este lienzo
esta sonrisa despótica y farsante.
Cuánto placer se riega en mi demencia
que se adormila cubierta de mutismo,
y cuánto enojo en el silencio mismo
que se aventura callando la conciencia.
Prístino goce de este momento esquivo
que se eterniza en el segundo inerte
en que por fin sonríeme la suerte
de estar ya muerto, aun estando vivo.
Tan solo quiero la caricia de la hojilla,
tan solo busco el beso de la bala,
tan solo espero las bondades de la pala
vertiendo en mí su candida arenilla.
Autor: Felipe A. Santorelli.