Esteban Mario Couceyro

Soledad y locura...

 

Hola-- (se siente, en el teléfono, la voz de una mujer anciana)

Si, quién es?- (contesto intrigado, la voz coincidía con una vieja tía de mi esposa, a la sazón fallecida hace unos años)

Hola…, hablo con el vecino del frente…, estoy encerrada-- (básicamente entendí esa parte, el resto fueron balbuceos incomprensibles)

Señora, con quién quiere hablar-(ya estaba contrariado y no entendía nada)

Me tienen secuestrada y no se que quieren hacerme…, me dejaron aquí adentro y se me ocurrió llamarlo a usted, mi vecino…, el que vive frente mío (dijo un nombre que no entendí), el de lentes (yo uso lentes…), ¿es en la calle Sixto Laspiur que usted vive?….--(no vivo en esa calle)

Señora cálmese y dígame su dirección exacta, así le envío ayuda- (decía esto pensando con qué anotaba los datos, no tenía lapicera)

No se donde estoy…, ha si, estoy en la sociedad de fomento del barrio, me han dejado encerrada…, estoy sola y no se que van a hacer conmigo-- (en medio de sollozos)

Señora, por favor escúcheme con calma, yo no puedo ubicarla, llame a emergencias, al 911, ¿escuchó?, 911 ellos con su número telefónico la podrán ubicar.

Un largo silencio...

Me tienen encerrada, no se que harán conmigo, me dejaron sola…--

Colgué el teléfono y sentí que nada coincidía , esa voz que me pareció familiar, la frustración al no poder ayudarla y ese emergente devenir de la irrealidad. Me senté nuevamente ante la computadora, mientras escuchaba los impromptus de Schubert y continué escribiendo esta historia de soledad y locura.