Suenan trompetas de dulzura,
tan inquietas y líbidas, tan sutiles,
me muevo en lugar ajeno,
destapo esta botella de finos manjares
los cuales ya tienen absoluta dueña.
Me convierto en eterno, en galileo,
manejo esta carroza violenta y dispar,
doy rienda suelta a estos corceles
que de vociferar ya estan cansados
y atienden a una danza exacta y placentera.
Voy rumbo a su ciudad, a sus estancias,
preguntaré por ella, por la emperatriz
de ese suave y delicado valle,
el país donde este corazón anclará y florecerá.