En la humedad de un pañuelo recubierto de rojo
salado como la suerte con la que la vida nos va cicatrizando
en detección dolorosa de una realidad que atropella,
que se desborda en el sentir de lo funesto, como flujo
flujo inexcusable del pudrimiento del corazón de la indolencia,
subsiten códigos de honor que subyacen tras sonrisas mordaces,
con desgarrada indignación y un grito impotente que no surge.
En ciudad tumultuosa de miserables mezquindades habita,
se nutre del conjunto labriego de vicios y de hambres,
solo es una estadística infalible del infortunio de sus moradores,
con grandes progresos de vilezas cometidas, la delicuencia
se reduce a la administración de osamentas, espejo de ignorancia
y de injusticias en que nos debtimos diariamente...
Con fiel apariencia de mentiras, ocasionalmente se disfraza
de demagogia o de promesa en las élites más altas.
Dolor que no se aparta y para el que no existe palabra
palabra de honor que se recabe siquiera como esperanza.
Harta de esta basted que atormenta me lleno de ira
y con la razón de mi justicia más el temor de no ver hechos
le conjuro:
¡No irá a presidio el delincuente, delincuente de manos negras
tan negras como la soledad a la que lo conmino, pero de cuello blanco,
delincuente de mentiras que trafica con los espejos de la fantasía
delincuente de las drogas, de las armas, de los bienes, de la vida...
delincuente ya vives la prision de mi venganza.!
Y no sentencio porque quiero, sino porque ¡ya basta!
En estas calles empedradas de secuestro y sangre
suceden tantas cosas que no pueden ya nombrarse,
serás el nuevo recidente de mis recriminaciones y hazañas.