Desde una vidriosa despedida
cayeron mis quejidos al vacío,
y del anfiteatro donde alzamos
nuestros más finos melodramas,
tan solo sus heladas columnas
permanecen esta noche erguidas:
Barrotes a la medida del recuerdo
inalterables por la lima de salitre.
Me has pedido que tire tus cosas
para dejar de romperme con ellas,
y aunque ya no tenga tus zapatos,
ni tu vestido, ni tu barra de labios,
el suelo se eriza bajo tus huellas,
por el armario va y viene tu figura
y a la noche me corto con la copa
remarcada del color de tus labios.