A la eternidad le pedí más tiempo,
para permanecer siempre enamorado,
pero una repentina ráfaga de viento,
se llevó mi amor, en huida, agazapado.
A la eternidad le pedí un camino infinito,
de infinito asfalto, sin muros,
y por los azares de la vida, inauditos,
se rompió mi hoy, y mi esperanzado futuro.
A la eternidad le pedí más juventud,
para renunciar a las arrugas, y las canas,
faros viajeros, que iluminan mi plenitud.
A la eternidad le pedí siglos de calma,
para disfrutar de mis holgadas arcas,
ladronas de la pureza, que poseen las almas.
José Antonio Artés