Te quiero porque tienes la elegancia de un tigre
y te comportas
como un potro salvaje,
porque eres
mi longitud silvestre en su versión de piedra,
la torcaza que bate el corazón con sus dos alas encinta.
Te he visto como en sueños poblar las alamedas con tus ojos de mármol,
abanicar el aire, crecerte por ti sola,
pero también te he visto brillar como una lámpara
que se enciende de pronto
y en medio de la noche se hace puerto.
Te quiero sin piedad
y brutalmente
me hundiría en tu cuerpo hasta absorber enteras tus entrañas,
hasta hacer de tu vientre mi santuario,
mi bahía,
mi casa,
te arrancaría incluso
la más hondas raíces de tu nombre
y al llamarte
te podría nombrar con voces nuevas
con esa transparencia
que sólo Dios conoce.
Y nunca, amor, y nunca te diría el mismo nombre dos veces.