Sola, con el alma herida
frente al inmenso puente de hierro
que yergue su estructura
violando la plenitud del horizonte,
miro correr el agua cristalina,
mientras me acaricia
el frío de la brisa anunciadora del otoño
que se avecina, cargado de dorados y de rojos.
Veo danzar las hojas suavemente y
correr a los niños por los vías
mientras cantan y ríen,
acompañados
por la dulce sinfonía de los pájaros.
Y entonces me doy cuenta que estoy viva.
Y entonces grito:
¡Quiero beber del agua, del aire, de la tierra...
las fuerzas necesarias
para seguir andando,
forjando sueños
y desplegando alas!
¡Fraguando el temple
de mujer que no se deja vencer!