Creyó ser libre el gorrión,
por volar muy alto y lejos,
y llenar sus pupilas de sol
y sus plumillas de viento.
Tocó con el pico el cielo
en el crepuscular arrebol,
voló de puerto en puerto
y del mar se enamoró.
Afligió su cuerpo un dolor
agudo hasta los huesos.
Una flor nació del corazón
y deshojó en pleno vuelo.
Horadó la saeta de acero
la carne del frágil gorrión;
¡tal fue el disparo certero
del arquero cazador!
Cuánta desdicha, gorrión:
ser la diana en el cielo
y que usurpen tu corazón
y que vuele en otro pecho.
—Felicio Flores