Sofanor Bonilla Fournier

AƱoranzas de mi puerto.

      Viento iracundo que soplas

desde el mar hacia los cerros,

   olas, piqueros, gaviotas,

y el sonido de los truenos,

   puerto querido, añorado,

así es como te recuerdo,

  con ese olor a salado

y el marisco siempre fresco.

  Te conozco Talcahuano,

desde niño,

      recorrí todos tus molos,

píes descalzos, muchos sueños

  y el amor a mi ciudad.

Caminante en malecones

  de sus dos bellas bahías,

con maleta de ilusiones

     bajo el cielo y junto al mar

... ese mar amenazante,

   a veces rudo, quisquilloso,

otras veces generoso

  como amigo de verdad.

Pescador, solo tú sabes

       las desdichas y las penas,

que se sienten cuando arrecia

   la furia del temporal,

y aunque luches con las olas,

  brazo, motor y timón,

al puerto vuelves sin carga

   en tu querido lanchón,

aunque a veces ha sobrado

    y tus redes están llenas

de mariscos deleitosos

  o apetitosos pescados.

Ciudad de aguerrida gente

  trabajadora y sencilla:

vendedores ambulantes,

   profesores, abogados,

ingenieros y feriantes,

   mas, también nuestro futuro,

los jóvenes estudiantes.

      Construcciones moderadas

le dan belleza al paisaje

  y fascinan la mirada

naves de gran tonelaje;

     la Quiriquina a lo lejos,

guardiana de esta bahía,

  esconde dentro del seno

la Escuela de Marineros;

   San Vicente al lado opuesto,

pequeña, pero crucial,

    domina al sur de los cerros,

con su puerto comercial.

  Por eso cuando te encuentras

lejos de sus fronteras,

    es muy dificil olvidarle

y orgullo corre en tus venas,

pues recuerdas con respeto

  tu barrio, la gente aquella,

tus amigos de pequeño,

   y notas tu propia huella

muy atrás en el camino,

    cuando inicias tu destino,

dibujada por la arena

      de alguna playa escondida,

la de las aguas serenas;

  hoy me queda tu recuerdo,

las marsopas, tus paisajes,

   y tras las rocas me pierdo,

pues debo seguir el viaje.

              (Chofa)