Viento iracundo que soplas
desde el mar hacia los cerros,
olas, piqueros, gaviotas,
y el sonido de los truenos,
puerto querido, añorado,
así es como te recuerdo,
con ese olor a salado
y el marisco siempre fresco.
Te conozco Talcahuano,
desde niño,
recorrí todos tus molos,
píes descalzos, muchos sueños
y el amor a mi ciudad.
Caminante en malecones
de sus dos bellas bahías,
con maleta de ilusiones
bajo el cielo y junto al mar
... ese mar amenazante,
a veces rudo, quisquilloso,
otras veces generoso
como amigo de verdad.
Pescador, solo tú sabes
las desdichas y las penas,
que se sienten cuando arrecia
la furia del temporal,
y aunque luches con las olas,
brazo, motor y timón,
al puerto vuelves sin carga
en tu querido lanchón,
aunque a veces ha sobrado
y tus redes están llenas
de mariscos deleitosos
o apetitosos pescados.
Ciudad de aguerrida gente
trabajadora y sencilla:
vendedores ambulantes,
profesores, abogados,
ingenieros y feriantes,
mas, también nuestro futuro,
los jóvenes estudiantes.
Construcciones moderadas
le dan belleza al paisaje
y fascinan la mirada
naves de gran tonelaje;
la Quiriquina a lo lejos,
guardiana de esta bahía,
esconde dentro del seno
la Escuela de Marineros;
San Vicente al lado opuesto,
pequeña, pero crucial,
domina al sur de los cerros,
con su puerto comercial.
Por eso cuando te encuentras
lejos de sus fronteras,
es muy dificil olvidarle
y orgullo corre en tus venas,
pues recuerdas con respeto
tu barrio, la gente aquella,
tus amigos de pequeño,
y notas tu propia huella
muy atrás en el camino,
cuando inicias tu destino,
dibujada por la arena
de alguna playa escondida,
la de las aguas serenas;
hoy me queda tu recuerdo,
las marsopas, tus paisajes,
y tras las rocas me pierdo,
pues debo seguir el viaje.
(Chofa)