No amor mío… no podía ser.
Los mágicos momentos que vivimos…
Tanta y tanta pasión como nos dimos,
Todo aquel inmenso amor… Era excesivo.
No mi amor… No podía ser
Estar solo unas horas contigo…
Para después marcharme, sin enloquecer.
Bien lo sabes tú, muchacha de mis sueños
Mas íntimos, como me seducía
Aquella ambigua sensación que me invadía
Las horas previas a nuestros fugaces encuentros…
Como deploraba el lento caminar del segundero
Que tan cruelmente, aun me apartaba
Del dulce momento en que podría
Por fin, estar junto a ti de nuevo.
Que eternos se hacían los minutos del camino
Desde mi casa hasta tu casa, muchacha…
La calle, la avenida… El sendero anodino
Que tan perversamente nos separaba…
Que distante estaba aquella puerta gris.
Que angustia… Cuantos miedos me asaltaban
Mientras más que caminar, corría hacia ti
Y hacia tu encuentro, bendita muchacha
Para ganarme, pliego a pliego, el derecho
A poseerte, aunque solo fuera por un momento.
Nada importaba lo que de mí, pensara la gente…
Perdía por ti la razón, el sentido de la justicia,
La prudencia y hasta la cordura. Mi poca pericia
Costalera de entonces, la suplía con entrega y codicia.
Hoy, no encuentro razón alguna que fundamente,
La vesánica pasión que me envolvía al saberte
Cerca. Ni como pude inventarte hasta caricias
Cuando me decían que eras un simple madero.
Lo eras todo para mi… Desde la sensación oscura
de vacío en el lecho, hasta la dulce tortura
que me infligías en cada uno de nuestros encuentros.
Mi ensueño, mi serenidad, mi tormento, mi locura…
Mi causa, mi juicio y hasta el mejor argumento.
Todo giraba en torno a ti. No importaba el tiempo
El frío o el calor, la enfermedad o el agotamiento.
Años de felicidad y amor bajo las estrellas,
O en tardes tibias de ya lejanas primaveras…
Pero los años fueron pasando mí amor.
Y toda la Juventud que entonces rebosaba…
El vigor, la garra y el brío que inundaban mi alma,
Toda la fuerza, el entusiasmo y la pasión,
El fervor, la vehemencia, el afán y la emoción
Que me consumían, me partieron el corazón
Al comprender que tarde o temprano,
Tú y yo, irremisiblemente, acabaríamos terminando.
Hoy, no me puedo quejar bendita muchacha…
Pues, aunque tanto me entregué a ti,
Fue tanto y tan bueno lo que a cambio recibí,
Que me doy por bien pagado, yo te entregué el alma,
Mi juventud, más de media vida y a veces,
Hasta lo que no tenía. Tú me diste con creces
Más de lo que del mejor de mis sueños ambicionara…
Me regalaste, durante muchos años, la ilusión
De imaginarte enamorada de quien más te amó…
Que más le puedo pedir a mi Dios…
Te dejo… Te dejo por hoy, viejo amor
De mis casi olvidadas primaveras…
Te dejo otra vez, con la absoluta certeza
De que esta noche, cuando el dolor
por tu intolerable ausencia, venza al sueño…