*
Bajo la sombra de un sueño
de diamante envuelto en plata
la noche va caminando
sobre un grillo a cuatro patas,
con mis ojos que lo miran
a través de las ventanas
en delirio y fuego insomne
entre suaves puñaladas.
Y van sangrando las horas
tras las fauces de su cara,
clava sus dientes de hielo
por los cristales del alma.
La casa que se derriba
cubierta de barro y grava,
escombros de lo que fuimos
antes de la madrugada.
Pasan dos alas sin pecho;
agudas, como de garzas.
Sé que no pueden volar,
tienen las plumas cortadas.
Y otra vez él me sonríe
con sus ojeras amargas
y me hace una reverencia
mientras sus dardos se ensañan.
Ahora, en el agujero;
allí donde hicieran diana,
se advierte un sol al desnudo
cubierto de telarañas.
Deja que arranque esa risa
a la sierpe que lo llama,
deja que corte su lengua
con el cuchillo del alba,
deja que deje otra vez
que despierte a mi llamada
la luna que está llorando
tras de nebulosas mantas,
deja que rapte su llanto,
deja que enjugue sus llagas
y nade por sus orillas
antes de hundirme en la nada.
Vagando sobre el silencio
que quiebran las secas ramas
está la efigie de un hombre
vestido en férrea capa
mientas la niebla lo esconde
tras suaves cortinas de agua.
El viento arrastra una nota
que se descuelga del arpa;
es un lamento suicida,
badajo de mil campanas,
y el diapasón inasible
con su flagelo las rasga
como gubia en la madera
de la tormenta que estalla
y se derrama en astillas
un cosmos negro de lágrimas
con sus raíces eléctricas
ardientes por las entrañas
de las nubes, al acecho
del reflejo de esa estatua,
donde la vida es aún
una quimera de nácar
que aparece entre las sombras
por el camino del agua
donde el beso azul, la muerte,
confirma al fin que se apaga.
Cuerpo de grillo y afrenta,
sueño de luz, catarata
de oscuridad, pesadilla
que termina, eterna calma.
Paso, y traspaso el silencio.
Y, luego de todo, nada...
*
M. Á. M.