Soy líquida, sólida, lútea, celeste, extraña,
presente. Soy todos los cuerpos. Me habitan todos.
El mío, gastado, vetusto, débil, resquebrajado.
El ajeno, lejano, intruso, foráneo, inusitado
también me habita en su injerencia.
Habito en la sombra equidistante del parto
y la tierra inhóspita, fría, micótica y andrajosa
que abrazará los restos del estar que me viste
y me moldea. Habito en el oxígeno que inhalo
y en la oxidación que destruye cada alveolo
que lo recibe al tiempo que lo sustenta.
Vivo en mí corpórea, en mí etérea,
y en cada uno de los átomos
que componen la totalidad de la materia
y la energía que me define.
Soy memoria, carne, piel y hueso,
y soy la nada que va borrando mi huella
en la estela del sendero andado,
allanando el terreno fecundo para el todo que me prosigue
y llenará, a mi paso, la materia tangible de mi sustancia incorpórea.