Al final
*
Siempre tuvo sus momentos
al principio y al final
de todos mis sentimientos,
pero no sé cuándo es cuál...
El tiempo, ese fiel traidor,
lo detuvo en un instante
donde poniente, a levante
se erguía, fiero de amor
como un sol intercostal
que, adentro, frío me ardía
a fuego de idolatría
en letras de pedernal.
De mis párpados arañas
entrelazaban la seda
por la que, ocultas sus mañas,
caía preso a la rueda
de la vida y de la muerte
donde encontré, como sabes,
-¡maldita sea mi suerte!-
puertas cerradas sin llaves.
Pero había algo peor:
la peste devoradora
en alas de un ruiseñor
cuyo pico, hora tras hora,
el sueño de la agonía
del placer bajo las venas
con su canto introducía,
como si de olas serenas
por la costa del olvido.
Allí nadan las preguntas,
las respuestas y las puntas
de los años, lo vivido
en la nada de detrás.
Allí las lágrimas son
notas blancas al compás
de la noche en la canción
eterna del universo
donde tal vez la materia
continúe su disperso
vagar por la periferia
hasta que la oscuridad
haga en la luz el vacío.
Entonces, y de verdad,
podré decir del rocío
lo que esconde cada gota,
de la brisa celestial
aquello que la gaviota,
en su vuelo de cristal,
calla mientras se le acerca,
como a todos, el celaje
en otro giro de tuerca;
el último en el herraje
de las aves que se van,
de los días del ayer,
cosidos y sin hilván,
que no se podrán tejer
de nuevo, sino en presente
al abrazo del recuerdo
de la miseria creciente
cerca del costado izquierdo,
donde la mar más aprieta;
donde solo a un ser humano
que ha sufrido por su mano
pueden llamarle poeta,
puesto que él nunca lo haría.
Bastante tiene con ver
la destrucción de su ser
al escribir poesía.
*
M. Á. M.