Alberto Escobar

Era y es

 

La golondrina llega tan lejos
porque es arco y es flecha 
a un tiempo. 

—Greguería. J.R. Gómez de la Serna—

 

 

 

 

 

 

 

 


Era uno de esos días en los que el viento tiene ganas de hablar. El Sol amanecío más temprano que de costumbre, las almenas heridas del castillo dibujaban sus contornos sobre el frío asfalto de una Ávila fortificada; mis pies helados, no pertrechados como convenía a la sazón de los meteoros, se hacían escarcha, carámbano guardado sobre suela incapaz y cuero imposible, horma insuficiente, cordelería que se hacía serpiente, mordiente y clorofílica, inasequible ante el desaliento humeante en el aire, frígido sentimiento.
Era un asueto de fin de semana, Concepción mediante, ocho de diciembre de mil novecientos no recuerdo, parada en Salamanca, estornudo flemático que descansa sobre el hombro coloreado de mi cuñada, que sin inmutarse limpia y acepta; hermano cantante y sonante en la sala de fiestas del hotel, jubilados dando gracias a la vida y sonriendo sus últimas palabras; calentura que me vino sin llamar —ese frío extraño a mis huesos me paso la cuenta en manera de receta; alubias famosas en Barco de Ávila, tradición y modernidad a la gresca, discusión con mi padre —fue la última— y autobús temprano para conocer el contorno. 
Era una especie de despedida sin saberlo, mi padre escribiendo sus últimos renglones y mi madre observativa —como siempre que estaba en familia—, disfrutando en silencio del disfrute del resto —ella siempre, como buena acuario, fue introspección y entrega, resignación y perseverancia, gallina consagrada al bien de su descendencia, abnegación.
Era como un pequeño cielo ausente de escalera de acceso, de resquicio por donde penetrar un hormiguero repleto y estallante, un sueño como pequeño adelanto que nos hace la muerte para que vayamos acostumbrándonos, gaviotas nacidas de los pañuelos que dicen adiós a los trenes, como si los témpanos colgantes de los aleros lloraran de frío...
Así era, o así me lo parece ahora que pienso, después de más de una veintena y mucho camino andado, tras haber aprobado tantos exámenes y reválidas, mas con la sensación de no haber aprendido nada, porque por mucho que bebamos agua de un caudaloso río este no se seca, quizás todo lo contrario, crece ante la adversidad y se remansa de sabiduría. 
Era y es un recuerdo, el último viaje juntos, fueron pocos los años que le restaron tras el merecido descanso.