Como Alejandría Constantino Cavafis en su poema “Ítaca”,
camino lentamente por el camino largo,
después de que haya sido cotidiano sentirme libre y corriente.
Pienso que nuestros bienes comunes son los que importan,
ahora soy mejor, me siento bien, conmigo,
juntos aprendemos a cuidar la casa de los mundos
que niegan la posibilidad de sentirse vivos.
Los miedos deshechos de las palabras limitan las latitudes,
y no somos polos opuestos, al fin nos reunimos,
la muerte destroza nuestros brazos si no nos abrazamos,
ahora el tiempo está de nuestra parte,
y lo más importante; la pasión no escapará de nuestros poros,
hablamos de nuestras bocas, de nuestros cuerpos,
el deseo de tocarnos el espíritu una vez sanado el deseo
habita en nuestras manos, hablo de corazón.
Pasamos sin disimulos por la almohada donde duerme la pluma,
no tememos a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón,
hemos conquistado la efervescencia floreciente de la belleza,
comprendemos qué significan todas las Ítacas,
y todo tiene que darse porque de nuestros hombros nace el agua,
racimos de sol que caen como nacimientos,
amamos la literatura, amamos su objeto y vamos al objetivo,
detestamos a quienes regalan las primeras ediciones de sus libros
para regodearse de los lectores —como si nada importase—
para hablar de las segundas,
bulliciosos sanguinarios que hablan de amor con mayúscula
cuando la nieve no se derrite por estar bajo el cielo,
porque los poetas, hemos trabajado toda una vida,
somos el abrevadero del secreto que guarda el alma de la poesía,
y como Cavafis en su poema “Ítaca”, hacemos el camino lentamente,
sin jalonar en el vidrio fresco la llegada de la primavera
para mirarla “este año sí” desde la ventana abierta.
Cuando se fue mi padre el corazón se me paró totalmente,
por un largo instante creí que no volvería a latir,
yo me busqué porque deseaba revivir su memoria antigua,
me alimenté de las octavas clásicas,
rimas alternas y pareadas, leí,
y me sentí ínfimo y disperso,
pero ahora soy cotidiano sintiéndome libre y corriente,
toco las formas de las miles Ítacas, y hay cosas que no me dicen nada,
sin embargo me he dado cuenta del engaño amarillento
que llevan estos poetas en la voz y no moriría por vivir,
no llegan a recuerdo, ni pueden mostrar la dulzura del paraíso,
no os necesitamos, estamos bien hablando con nosotros mismos,
las palabras pueden transmitir claramente este dolor,
y “el viaje es mucho más delicioso que la llegada al destino final”,
contigo y sin ti he llegado,
ahora dame respuesta, como si tu palabra fuera la voz del eco.