Sabiéndose dominador del juego,
ostenta sin orgullo la victoria
negada al panteón que, con euforia,
el ánima del rito entrega al fuego.
Tendido sobre el armazón del ego
o dedicándose a tejer la historia,
se anota los laureles de la gloria
a costa de dejar al tiempo ciego.
Tirado en un adiós sin despedida,
a los incautos pulsos de la vida
no avisa de su fiel naturaleza.
Incluso disfrazado de un \"te quiero\",
con inocente pinta de carnero
oscila tras la piel de la nobleza.