Qué hermoso es sentir tu fuego y mirarte,
lejana, arder y hervir la sangre de tu cuerpo,
de eterna virgen hacia el mío.
Y caminas, y camino, y qué hermosa eres
cuando me abrazas y ya no soy mío,
y me besas y me ensancho como un río.
Me gusta mirarte y leerte como un libro,
y al llegar al último capítulo,
empezar de nuevo cual dos desconocidos.
Qué vacío siento si no estás conmigo,
es como condensar en un día un siglo
de bucle infinito de hastío.
Ah, mujer, en tu corazón me abrigo
del mundo, como un fugitivo,
y me duermo, y te sueño, y me siento vivo.
—Felicio Flores