No sé escribir sino del mar.
Por encima de las olas
bañadas por el sol
viajaban nuestros sueños
aquel verano.
Nuestras almas tan ligeras
volaban aquel atardecer
con aquella ilusión absurda,
aquel anhelo indescifrable.
Nunca llegué a rozarte.
No sé si se puede habitar el vacío
o si es el vacío el que pudiera
habitarme la piel
y recorrerme por completo
como un fantasma
que solo la sal pudiera
alejar de mí
si me acaricia el mar.
Yo nunca llegué a rozarte.
Pero ojalá pudiéramos vivir
en el sonido de las olas que se rompen
en la arena
como nuestras risas
una
y otra vez.
En aquella mirada efímera
quedarme
indefinidamente.
Pero yo nunca llegué a mirarte.
Y nunca seremos ya
tan jóvenes
como en aquel momento.
Mi mano nunca llegó a tocar la tuya
y tampoco mi alma
llegó jamás a acariciarte.
Quizá en alguna de mis vidas
ya seremos solo viento
movido por las nubes.
Y quizá algún día, entre los surcos
de espuma
que hacen las mareas
y los fantasmas de nuestro tiempo
consumado
mirarnos por primera vez.