Pupilas de seda,
vacías de noche
miran las cicatrices de
un cielo descosido de
oscuridades.
Los rayos atraviesan
el aire ensalivado por
el testamento de los truenos,
siempre ajenos a los lujos de
nuestro mirar, dedicado a descifrar
el dulce sabor de la sangre que
recorre su circular geometría,
oculta tras el telón de
sus párpados.