¡Andar rogando, uno, que lo lean! ¡Ja!
A esta edad y con tantos problemas;
como si no alcanzara con las ganas de llorar
para andar, además, invirtiendo el tiempo que nos queda.
Los anónimos poetas, desparramando letras;
presos del dolor que causa la indiferencia;
con un punto aquí, con una coma allá;
marcando la melodía, a quien los lea.
¿Pero quién ha visto semejante bajeza?
pululando en la plaza, regalando versos;
irrumpiendo las recepciones; con papelitos;
en las puertas de las iglesias, mendigando atención.
Los desvariados de siempre, recitando bellezas;
cambiándole el color a la luna; colgándole guirnaldas al sol;
comparando cantos de aves; dándole aromas a una flor;
poniendo brillos a los ojos; sabor miel a una piel.
¡Vaya uno a saber dónde han dejado la vergüenza!
Asomándose en los semáforos; molestando a los conductores;
irrumpiéndoles la radio; distrayéndolos de la música.
Por un poco de atención, son capaces hasta de andar recitando.
¡Cuánto descaro! ¡Cuánto ego acumulado!
Andar pretendientes de glorias significativas;
portadores del buen gusto, del placer por las cosas sencillas.
¡Engreídos! ¡Si pudieran, al menos, curar un alma herida!
¡Viera cómo andan de ropajes! ¡Y esos sombreros!
Como si vistieran de arte; de colores varios sus atuendos;
de zapatos opacos; de pelos revueltos…
Como si les gustara, que solo los peine el viento.
¡Estos poetas! ¡Como si les hiciera falta andar cantando!
encontrando maravillas en las nimiedades;
acomodando un sueño al final de un verso;
andar acariciando espíritus, con palabras de consuelo.
¡Y son tantos!, que no alcanza uno, a todos leerlos.
¡Y se reproducen! Insisten en dejar legado;
le dictan bondades al oído de sus niños
mientras se duermen; mientras han de alimentarlos.
¡Estos poetas! Queriendo embellecer la guerra.