I
Una caja de resonancia
en medio del prado,
entre vacas mugientes,
apestosas
chorreantes de baba.
Te espero en esa dirección,
no fingas litúrgico drama.
II
Liber divinorum
operum simplicis hominis
Hildegarde descifra Código Natura,
pero no libera
a la miniatura que dicta
descripción desordenada
de plantas y animales,
solo convence de inutilidad,
si al menos estuviese destinada
a un propósito, a un remedio,
si hubiese legado
cuerpo a la ciencia
pero qué hacer con un órgano
que ha fumado biblias,
pertenece más a la historia
del totalitarismo que al geólogo
o al traductor.
Aquí, por ejemplo,
gotea tinta negra
con la misma virtud
que fluye sangre menstrual
de Hildegarde de Bingen,
una pera de goma y una trompeta,
al presionar la pera escribo
y sale aire, sale, se posa en
la verde brizna del suelo
mientras la prostituta
amamanta
con leche de cordero
al bebé regordete,
lo nutre con soltura
a dos pasos de
la cabeza desprendida
de María Antonieta
semejante a calabaza,
fruta con grano afuera,
grano exótico
que exhuma jugo
rojísimo y hace charco
aún con el cuerpo caliente,
ninguna decapitada importa.
El corazón ha descendido
al estómago,
si el sufrimiento empeora,
dice Hildegarde,
introduce una esmeralda en la boca,
humedécela,
traga saliva calentada
por la piedra
traga y escupe,
alternativamente,
y al hacerlo contrae
y dilata el cuerpo,
pero no tengo esmeralda,
solo piedra verde,
musgo meado por lobos
y afuera llueve,
ninguna bestia se arriesga
a entrar en mi mente.
Si desobedezco,
un coágulado de sangre
destruirá mis dientes,
y la malignidad del Hombre
traspercerá mi encía.