La mente seca; letargo invernal.
Un canto frugal, acompañando la vista,
que insiste en recalar en un hueco goteado
del empedrado centenario, que adorna el portal.
Siempre me pregunté ¿por qué?
¿Por qué la hierba es verde?
¿Por qué huele la madera?
¿Por qué brilla la luciérnaga?
Siempre ¿por qué?
en mi afán de saber, de entender,
crear, soñar, proyectar, emprender;
siempre por delante un ¿por qué?
Del azar me desligué,
del pensamiento mágico, también;
aprendí causa y efecto; errores y aciertos
que hasta el color de una flor, tiene su razón de ser.
Hurgué en las recónditas páginas del intelecto acumulado;
descubrí maravillas que jamás hubiera imaginado;
de lo más estricto a lo superfluo,
tanto natural como artificial; de máquinas; de humanos.
Retorcí lo material, abrasé lo espiritual;
me enredé en el fondo del mar, me caí de un árbol,
sucumbí en la espera, corrí desesperado;
crucé las barreras; interpelé al pasado.
Intrigado por todo lo que me rodea, busqué respuestas;
con la esperanza a cuesta, me hice al destino;
junté piedras, plumas, letras; música, amores y amigos;
texturas, sabores, emociones, dolores; todo lo traje conmigo.
Descubrí que toda la vida, cabe en una cesta;
que es tan grande el mundo como un grano de arena;
en tanto todo tiene su belleza para quien sabe observar;
todo resulta inerte un segundo después de llorar.
En el más comprender, creí encontrar el camino,
descifre que a más saber, más se siente el vacío;
que lo urgente ya no es necesario, si se incurre en el error
de poner, previo al qué, el para en lugar del por.