Tristemente andando
una cascada cruza su pelo
en lo caminado raudas velocidades
se ensimisma en lo venerado
duda una existencia entera
la lamida brutal de un pez corcovado
lo más profundo, el aire renovado
bajo el depósito inaugural
son teas incendiadas las que argumentan
la bella boca anestesiada del hombre
su corazón dinamitado por ofrendas y sombras
su torso invencible la panacea de los matrimonios
ofendidos,
son sus relámpagos aceras por las que discurre
el agua encharcada, el cenicero divino que oculta
su posesión decisiva,
ese espasmo que abre los canales del silencio
explorador que oficia su misa sin altar
como cayendo de un altísimo cielo nocturno
que invade la calzada y su lodazal de barro.
Son sus ojos miradas sin boca
sus hombros múltiples de avenidas corrosivas
la belleza de nuevo que en mi corazón se abre
diciendo ámame ámame si caigo,
lo que clausura un bestial parto
es el aire con su suave fragancia a almendro.
Caníbal desdentado de ojos claros
su fisura arde entre los monasterios opcionales,
desde la arena los pájaros alzan el vuelo
y son de la tierra los orgullos y las necedades.
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