Erase un gato dorado, bienintencionado,
que se hizo a la aventura,
de incursionar en la escritura,
sin ser un gato letrado.
Quería contarles a otros gatos,
sus historias de tejados;
amores bajo la luna,
huidas de perros bravos,
las siestas en lo alto del árbol,
del delicioso gusto del pescado robado.
De los exóticos gustos de las gatas,
infalibles estrategias para cazar ratas,
de su temor por ser mojado,
de sus cinco vidas, bien gastadas.
Erase un gato que de literato, no tenía nada,
había aprendido, únicamente, a juntar las palabras;
se había instruido merodeando ciertas ventanas,
en sus eternas rondas de madrugada;
pues tenía sabido que los poetas tienen la costumbre
de escribir hasta casi entrado el alba;
y utilizó las celosías cual papel,
por pluma, utilizó sus garras,
por eso es que en los balcones de los poetas,
se observa toda la pintura arañada.
Erase un gato vago ¡Que de bibliotecas pasaba!
Un gato al que la calle, le hizo sabio a patadas,
y que observando a los poetas, desde las terrazas,
aprendió a contar sus nocturnas andanzas.