Dile que prescindo de vivir como un fantasma,
que depongo mis armas y mis balas
guardándome las lágrimas
tras la sombra negra de mis pestañas.
Dile que desisto de nadar entre sus sábanas,
de arder arrebatado entre sus llamas,
de urdir cada mañana
la trama que me lleve tras su falda.
Dile que abandono cualquier tipo de esperanza,
que recelo de todas sus palabras,
de hurgar en esta farsa
que convierte el amor en mascarada.
Dile que reniego de sus brazos si me abrazan,
de posar en sus ojos mis miradas,
de hacer de todo un drama
al sentir el olvido de su alma.
Y dile que rehúso besar en su piel blanca,
de sus labios que son como la escarcha
cuando, glacial e impávida,
si me acerco se muestra más lejana.
Dile, al fin, que apostato de la franca
desazón que se incrusta en mis entrañas,
si esquiva ya no es clara,
y transforma mi fuego en su helada cencellada.