¿Acaso nuestro amor murió de sed
a la orilla de nuestras bocas?
¿Dónde está? ¿Adónde fue?
¿Qué mano surca el mar de tu piel?
Qué pesar me hunde y me ahoga
con una soga atada a los pies.
El amor que horadaba la sien
con la miel en la saeta silenciosa,
ha muerto amargo como la hiel.
Se apagó como en el ciego mi tez,
¿qué ojos velarán por mí ahora
que mis ojos hundidos no ven?
¡Oh muerte!, llévame de una vez;
que nada quede, ni la sombra
de lo que un día este amor fue.
Felicio Flores