A lo lejos el sol comenzaba a asomarse.
Contemplé en silencio.
Los pájaros comenzaban a entonar sus armoniosos cantos, la vida se despertaba.
Me senté al borde de mis recuerdos.
Dejé que la nostalgia acariciara mi cansado corazón.
Revisé uno a uno mis sueños, los que se cumplieron y aquellos que cayeron; haciéndose añicos en el duro pavimento de una realidad presente.
Suspiré profundo, exhalé cualquier resquicio tóxico que aún restaba dentro.
Qué gran misterio la vida (se dibuja una sonrisa en mi rostro).
Nacimos inocentes, sin pretensión alguna que no sea respirar y ser, existir.
Encontrar ese lugar que nos corresponde, esa felicidad a la cual todos tenemos derecho.
Un día partimos, dejamos atrás seguridades detrás de anhelos que pululan dentro.
Aciertos, errores, alegrías, temores…
Con lágrimas hemos regado las sendas recorridas.
Han florecido las semillas de esperanza que hemos sembrado, no con pocas fatigas.
Tantos rostros encontrados, tantas experiencias vividas, abrazos a millares, amores compartidos, consejos escuchados, asumidos….
Sigo oteando al horizonte y me siento tan pequeño, tan ínfimo. Una gota que se funde en el inmenso mar de la existencia.
Oro por mis difuntos, uno a uno los recuerdo, pues vivirán siempre en mi memoria; al menos hasta que ésta se mantenga a mi lado, y no parta perdiéndose por los meandros del olvido.
Me asgo fuerte a la esperanza, ese sentimiento que siento cada vez que veo salir el astro rey. Que me despierta la vida susurrándome al oído “tú puedes”. Que extiendo mis alas y vuelo en el inmenso, mágico mundo de mis letras.