Por lo tanto que oí, y lo mucho que debí callar.
Por las veces que quise huir y no había hacia donde escapar.
Por esas voces que me carcomen el alma lentamente al despertar.
Por lo roto de mi pecho, por este techo que no me permite llegar.
Por esos momentos en que no distingo entre el infierno y el cielo.
Por el frío injusto y bruto que trae el desconsuelo.
Por el ápice de esta voluntad sin pausas, sin frenos.
Por ser testigo de que soy humano y tengo miedo.