La mañana serena bordea la emoción fulgente
junto al roce embriagador de la tierra y las flores,
ellas marchan inseparables hasta desvanecerse
en las bocas, en los ojos y las mejillas sudorosas
de personas que vagan por el camino ansiosas.
Son desplazados que tratan de encontrar
el meridiano de sus voces verdaderas,
el anhelo de nuevas emociones, de una vida nueva.
En su caminar les susurran ecos lejanos
lo que tienen que concebir para no fracasar,
ecos que se esparcen por sus nervios
por sus alas donde circundan los instintos
y chocan con un reloj que les marca el tiempo,
corren pues las horas van de prisa,
y pueden envejecer sus venas sin puertos.
Se refugian y caminan desvelados por andenes
acordándose de sus nidos lejanos.
Al pie de las colinas y de los muros
de esas tierras lejanas, en silencio,
cavilan sobre la ineludible huida,
sobre el destino donde perderán su soberanía,
esos recuerdos que se convertirán en osamentas,
el hablar de su tierra cambiará o se esfumará,
inconscientes irán desheredando sus sentidos
que se colmaron de momentos felices.
Los suspiros en sus pulmones se disiparán
al darse cuenta que deberán arraigarse a las nuevas tierras
porque las miles de horas de aquel reloj no tendrán pausa,
y sus cansados rezos, pedirán un milagro de olvido.
¡FUTURO INCIERTO ¡