Cuánta tristeza
dejaba en sus balidos
el corderito.
Nadie acudía
al grito desgarrado
que él proclamaba.
Porque en el suelo
yacía una ovejita
inanimada.
¿Era su madre
que estaba dormidita
o quizás muerta?
Nunca lo supe.
ni pude despejar
aquella duda.
Marche de allí
llevando el corazón
atormentado.
De vez en cuando
volvía la cabeza
para mirar.
Pero la escena
seguía igual que antes
con su tragedia.
Me sentí triste,
con rabia e impotencia
mal contenidas.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/04/21