De cordillera en cordillera,
trastornando los hábitos de los lugareños,
obsequiándoles con mi canto de urogallo en celo,
propinándoles patadas en el trasero,
testículos y otras orondas partes, formando
latinajos y quebrantando la fronda hasta esquilmarla.
Con voz de hombre cazurro
de voz de pelo en pecho, pelambre metafísica
que arriesga su hirsuta cabellera hasta
la decimonovena parte, espaciosamente
perturbado, yo, hijo de bárbaros y desapasionados,
emito mis propios decretos, y conservo la luna
como en un guante. Gusanos de seda
e inveterados secuaces de los latidos,
gallos de pelea o combate en los acuarios,
mosaicos de teselas investigadas por agentes disfrazados,
y esa decimotercera parte de las novelas de folletín.
Oh mansedumbre de los espliegos, y esos iris falsos
que manosean los verdugos.
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