Yo, para evitar que las aves de la tristeza
aniden en mi cabello,
hago mucho ruido en mi cabeza.
Hago muchas cosas para espantar a esos pájaros,
porque una cabeza ocupada no tiene espacio
para nidos.
Hormigueo, hormigueo todo el día.
A veces me paro y dejo entrar
el sonido, el color y el vuelo
de los pájaros
-los de verdad-
que me dan tanta alegría,
porque si son pájaros de verdad,
con sus plumas y sus trinos, no me dan miedo;
los admito todos, incluso
buitres y cuervos.
Pero los pájaros son tímidos
-los de verdad-
y listos:
jamás anidarían en la cabeza
de una loca.