Ahora debo aprender a vagar con mi propio cadáver. Adolf Loos.
El verano ha muerto sobre Ravoux,
con una taza de café, bajo manta
espero que monte el alba.
No podré seguir ruta a Trípoli
las bombas sacuden, el cielo
solo sirve para fotos
con las que ganan premios
corresponsales de guerra.
Nada iguala la sangre
que convierte al trigo
en textura de museo.
Son tantos pigmentos rojos,
alterados sobre cráteres dispersos
semejantes a la luna.
Entre la cabeza y el tallo pie,
lo que fue un vago
suvenir de hombre sin oreja.
El perro de la pensión rellena
con excrementos que abultan como
semillas de enredadera.
Una a una mea las plantas,
deja rastro en la arcilla
donde viven olivos,
mientras me mira
como si fuese cómplice.
El mal bifurca destinación,
ninguna ciudad es segura,
el mal acecha en toda ciudad
el extremo desgasta la roca,
y entreteje el mármol
como si fuese mantilla
que envuelve cabezas.
No quedan domingos de sol
si un hombre arrastra el pie,
se reclina para rondar en sombras.
La mesera sacude migajas
en la mesa cercana
el mantel flota como bandera blanca
que incita a abandonar
Cruzada, el Oriente ya no existe
lo exótico esconde peligros.
Desde hace tiempo he perdido
el gusto por lo innecesario,
mi suerte está en la flecha
que mata por casualidad al ciervo.
Regresaré al norte,
repetiré hasta el cansancio:
tengo que barrer,
siempre tengo un plato sucio
alguna ropa por secar
para no llegar a incendio.
El centeno que corta el aire, Margarita García Alonso, Colección BETANIA de Poesía, 2013.