Y yo que solo soy su ángel guardián,
veo su llama mortal en la que brilla su magnética luz;
como se apaga al alba.
Y desaparece como una gota en la arena,
porque carga con el ocaso cada jornada.
Se tumba en la cama vestida,
con su ligero vestido negro ajustado a sus curvas.
Y yo la escucho cantar riendo contra su destino:
La quiero a morir.
Ella que ha vivido solitarias todas las guerras,
todas las opresiones;
que ha sufrido todas las heridas,
las de la vida y del amor.
Y ha sido mil veces aplastada,
como una esclava vendida en el mercado,
que acepta ser deseada y abandonada de forma tan natural y lógica,
como se alejan los trenes cada hora.
Canta sola en los andenes:
la quiero a morir.
Mientras espera media hora para ser traicionada nuevamente.
Escucha las palabras de una sombra que se acerca.
Ella le aguarda con una sonrisa de flor herida,
en traje de gala de ocaso cada día,
susurrando la quiero a morir.
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Ángel Blasco.