El sereno es el oficio más viejo del mundo y de las calles de todos o la mayoría de los barrios. Lleva garrota y un silbato para expresar el tiempo. Sí, allí estaba, Segismundo para todas las noches con vela o con tea en la mano vá y viene expresando que son las nueve en punto y sereno. Todo el barrio conoce a Segismundo, pues, su vida fue y está tan marcada como al mismo tiempo en su existencia. Recorre de punta a punta el barrio silbando y expresando que son las nueve en punto y sereno. Si la vida de Segismundo no fue tan mala como se piensa, pues, su forma de dar la hora con el reloj marcando las nueve en punto y sereno fue tan exacta y precisa como lo más natural de un todo. Y la vida de Segismundo fue una tan normal, como lo más natural de un preciso momento. Cuando conoce a su esposa a la señora de Segismundo, cuando en el instante se entregó en cuerpo y alma a mantener a su hogar con su trabajo, pues, no era nada más el oficio que posee de sereno el oficio de Segismundo, no. Su vida fue muy dura y muy perseverante, pues, el señor se dedicó en formar y crear una hacienda, la de caña de azúcar y de café, cuando en su alma quiso que creciera y que aumentará su capital con tan sólo hacer de esa hacienda un único comercio en que se dedicó como el nuevo porvenir en cada virtud y en cada insospechada riqueza en las afueras del pueblo. Él, Segismundo, iba y venía y atrae la vida en riquezas en esa hacienda, cuando en el instante se aferró a su hogar, a su esposa y a sus hijos, como el saber de un bien común, cuando en el alma se sintió como el desastre de creer en que un instante se aferró como el saber de que su hogar era lo primordial y lo más importante en su vida. Mientras que por las noches se sentaba como cualquier hombre sereno y con su oficio el sereno, a expresar con el silbato que son las nueve en punto y sereno. Y Segismundo allí, como todo buen hombre, y se dedicó en fuerzas y almas a laborar como todo hacendado, en contra del ímpetu que posee Segismundo en decir que son las nueve en punto y sereno, si se dió lo más pernicioso de un todo, y todo porque en el rumbo, y en su mundo se vió Segismundo como el nuevo hacendado rico y tan venerado en la zona más prestigiosa del campo. Y baja a la ciudad por las noches a decir que son las nueve en punto y sereno con su silbato, sin pensar ni imaginar su propio desenlace final en el mismo lugar donde Segismundo dice y expresa y grita que son las nueve en punto y sereno.
Cuando, de repente, se vé y se siente como una osadía nueva para la triste sensación que deja Segismundo, cuando muere. Cuando, de pronto, se siente como un jovenzuelo al amar a su esposa, la hija del hacendado de la continua ciudad, por donde se pasea la más vil de las hazañas, cuando Segismundo se las ingenia para estar al lado de su novia y prometida, con la hija del hacendado. Cuando desde muy joven se sentía como un mismo e inocuo joven y tan enamorado de la vida misma, cuando en el ocaso se vió como el mismo instinto suave y delicado en expresar que son las nueve en punto y sereno. Cuando en la mañana de ese día se vió aterrado y horrorizado cuando el padre de la jovencita los vió “in fraganti” por el acantilado. Cuando en el mismo instante le pide formalmente la mano de la muchacha en santo matrimonio. Cuando en la alborada se vio yá pidiendo la mano de la hija del hacendado, y estaba tan enamorado de ella, cuando se casan en un par de semanas. Cuando el amor reina como si nada, y en la comarca y en el pueblo todos hablando del enlace nupcial tan veloz, como si hubiera otra cosa en medio, y los murmullos no se hicieron esperar más, de que la jovencita estaba embarazada de Segismundo. Pues, no, no estaba embarazada, si la jovencita estaba tan enamorada de Segismundo, como si fuera un corazón enamorado prosigue con el rumbo hacia el santo matrimonio. Cuando la verdad Segismundo de un todo se vió aferrado y horrorizado de espantos cuando se tiene que casar con la dulce jovencita, la hija del hacendado más rico de la comarca. Y se hizo como todo hacendado de la mano del suegro, y del hacendado más rico de la comarca y de las afueras del pueblo donde la zona era de caña de azúcar y del café. Cuando en el trance de la verdad quedó automatizando la espera y tan inesperada dentro del ocaso frío, por donde se dió permiso para amar. Y se aman bajo la tutela de la luna, y el sol lo ven llegando en el amanecer, cuando en el tiempo y sólo en el tiempo, se cree que su esencia le promete el mismo amor, como cuando eran jovencitos. Y crece como todo hacendado y tan rico como el prominente suegro, padre de la jovencita con que se casa Segismundo. Cuando en el tiempo, y más en el ocaso frío se sintió como el ir y venir lejos dentro de ese mismo ocaso en que la vida de Segismundo no fracasó, sino que amaba a la secretaria de su hacienda, llamada Cristina.
Cristina, una dulce muchachita y muy laboriosa y dedicada a su labor como secretaria, se vió aterrada en amar a Segismundo, a su patrón. Pues, su carisma y su esencia van más allá de la esencia y de la primicia en saber de que su corazón jugaba a ser tan enamorado. Y Segismundo lo sabe de que ella lo amaba, pero, él Segismundo contiene sus impulsos y su forma de amar hacia la secretaria llamada Cristina. Pues, en el altercado frío, y dentro del comienzo se vé y tan frío como el mismo desenlace de la vida de Segismundo. Y Cristian ama con locura a Segismundo cuando en el altercado entre su razón y su corazón, se vió aterrada por querer amar a ése hombre. Si Cristina se vé y cierra su corazón como un ave con alas mojadas y sin poder volar en el mismo cielo. Cuando en el alma de Cristina se vió aterrada y aferrada a un sólo amor y al dolor enfriando al tesoro de su corazón como tan perdido es un corazón. Y en el camino y en el paisaje se aferró Cristina al desconcierto de amar y sin más pasión que el mismo corazón sin latidos, y todo porque Segismundo se había llevado su razón y más su corazón. Cuando en el momento de amar se dió lo más pernicioso de un sólo camino y fue amarrar a su destino al frío desenlace cuando en el alma se enfrió el mal amor, en el alma una luz oscura y en el corazón un mal infundado. Si cuando en el alma se vió aterrada a abrir el deseo de amar más como en el alma desierta como el mismo el solo corazón. Si en el alma de Crisitina se vió fuertemente enamorada de Segismundo, cuando en el altercado de creer en el combate de dar con la solución de haberse enamorado de Segismundo se vió alterada y fríamente llena de un fuerte dolor. Porque cuando Segismundo le confiesa que él también la amaba, fue cuando en el trance de la verdad se vió aterrada fuertemente a amar a ése hombre que ella también le profesa amor.
Se marchan a un hotel cerca, muy cerca de la hacienda, y allí se amaron como nunca dejando saber pasión, amor, virtud, y honesto amor, sin un perfecto corazón. Y se amaron como nunca irrumpiendo el saber de una mujer que sabe de lo que quiere, de lo que ama en realidad, y que más que eso sabe de lo ama a él, a Segismundo. Cuando en la mañana ella le prepara el café, y se echan esa mirada pícara y tan natural en que sólo deja un principio para amar y que quería en ser al amante de Segismundo y para siempre. Colocando el amor en primer plano de sus vidas, y de que se verán más seguido allí, en esa habitación, cuando el trabajo el segundo plano, era para dar comienzo a entrar en calenturas y pasiones ardientes y buenas para dar rienda suelta a ese amor de temperatura caliente y de pasión clandestina, y por saber que el deseo comienza por saber que el alma y el corazón se llevan muy bien amando.
Cuando la esposa de Segismundo aquella tierna joven con que tuvo aquel enlace nupcial muy pronto en su vida sin saber nada de la vida, y ahí es que comienza todo a renacer, y a relucir de tal manera en esa relación y a tener un crecimiento tanto profesional y como personal, y se siente como si estuviera haciendo crecer el dinero con su propio esmero y con su propio orgullo y vanidad. Nadie en el pueblito conoce a los hacendados, él Segismundo toma la garrota y el silbato como todas las noche por escaparse de su hogar, de las obligaciones y de la gran responsabilidad que posee, vá todas las noches y sin poder faltar y baja al pueblo y se acerca al acantilado y allí se vá preparando con vela o con tea en la mano de una antorcha llena de fuego de la luz y de la lumbre, de la oscura noche y de continuar su corto pero, el más electrizante de los caminos, el del pueblo, donde tenía amigos pobres y también hermanos de corazón si lo amaban como a nadie a Segismundo. Y Segismundo con bufanda y poncho, con botas y garrote y el silbato, sólo le quedan varios segundos para las nueve de la noche, cuando de repente en su reloj se acerca la preeminente hora las nueve y él, camino cerro abajo y les grita con su oficio de sereno, -“las nueve en punto y sereno, las nueve en punto y sereno, las nueve en punto y sereno”-, y a Segismundo sacaba el tiempo preciso, la hora predestinada, el momento preciso, y la forma de gritar a los cuatro vientos la hora.
Sus amigos creen que él era pobre, si su hacienda y toda su vida la tiene bien hecha y muy bien realizada en las afueras del pueblo, por donde nada pasa ni mucho menos se sabía de nada. Cuando la verdad se siente tan vil y con una mentira a cuestas de la total razón. Cuando en el ambigüo camino se cree que se ama a razón, pero, no, con la locura de siempre entre Segismundo y Cristina y sin saber su esposa. Duele más el saber del cruel engaño cuando se ama a verdad y sin conciencia, nada más que con el corazón y amando con la verdad, se entregan en aquella habitación Segismundo y Cristina, y sin saber que la verdad aflora y que se viene todo abajo como el telón de una obra sin saber que los presentes son público con cualquier problema como el de Segismundo y Cristina. Segismundo llega a su hogar con el olor de otro amor, ella, la esposa tierna y de su hogar se llena de celos, pues, es el hombre que ella ama, cuando ese olor, era ese olor de Cristina, el que lo delata sin razón de ser, y sin más que la conmiseración de ser imprudentemente al amante de Segismundo.
Al otro día, Segismundo trabajando en su hacienda, como de costumbre, se vé y se mira en el espejo del baño y que vé, un hombre trabajador, con sudor extremo y con unas arrugas que le dicen que yá comienza la vejez para él, cuando en el espejo además de ver y de observar todo ésto, sólo vé a un hombre engañoso, mentiroso, a un amante funesto con dos amores que lo aman, pero, él, a quién amará más, si a su esposa o a Cristina la secretaria de la hacienda, cuando en el trance de la verdad él no sabía a quién amaba en realidad. Pero, su corazón se siente bien, con temor a ser descubierto, con miedo a ser dejado y sin nada, a ser maltrecho en la vida, un mojigato del fiasco de la vida misma, y un hombre como el oficio del sereno, siempre sabiendo que un minuto lo cambia todo y que puede perder el momento en decir o gritar que son las nueve en punto y sereno bajo las calles perdidas del barrio. Cuando en el momento se dedica como todo hombre a dar la hora. Y con vela en mano y con el tiempo exacto, y con la tea a mano bajo la oscura calle se vé a Segismundo con su oficio del sereno. Gritando la hora sí, así, “las nueve en punto y sereno, las nueve en punto y sereno, las nueve en punto y sereno”, y vá calle abajo caminando de un lado a otro gritando con silbato son las nueve en punto y sereno. Cuando pasa el minuto de las nueve en punto y sereno, Segismundo apaga la tea y se vá a la hacienda con vela en mano cerro abajo con la luna a cuestas de la plena oscuridad. Si en el trance de la verdad, es perfección y una verdad, de que Segismundo grita a la perfección la hora, cuando en el trance de la verdad, se aferró al desierto mágico cuando se siente como hoja al viento, cuando a la verdad se aferró a su oficio del sereno. Si en el trance de la verdad se sintió como un boleto sin regreso, cuando en verdad no quiso regresar a la hacienda, sino que se fue con Cristina a su hogar y en esa habitación, sí, se amaron como nunca más. Si Cristina fue como la flor o como la rosa clandestina que no, no, aún no marchita sino que queda prendida, como el sol y como el agua que le da. Cuando a la verdad de todo la amó, sí, como toda diosa del Olimpo o como una Venus, cuando a la verdad se siente como una sola verdad de que la amaba más que a su esposa. Si el corazón es quien manda y no la razón. Cuando la locura se siente como el inicio de un todo amando seriamente como un loco y un desquiciado, pero, en el amor. Porque cuando en el alma, se dió lo más real de un sólo amor amando solamente a escondidas de la razón y del mismo corazón, y de la misma relación cuando su esposa ni imagina ni sabe que Segismundo tiene una amante. Si a la verdad de todo, se aman como nadie ni jamás se soñó un amor así. Cuando en el embate de la verdad se vió atormentado, y fríamente como el desierto mágico de ver los celos de su esposa en esa noche tenebrosa y tan clandestina. Cuando no regresó después de su oficio de sereno, cuando dió a las nueve en punto y sereno. Porque se fue a la habitación de Cristina, cuando en el alma de la esposa de Segismundo, se abrió como un tormento o como un lamento tristemente de su eterno corazón debidamente y muy triste como siempre, porque sabe de que Segismundo tiene una amante y sin más quedar sin su alma y tan enamorada de ése hombre.
Aunque Segismundo saca un sólo tiempo para dar la hora a las nueve en punto y sereno, si su alma se siente como en la soledad de esa triste noche, cuando en el deseo se siente como la lluvia en esa noche en que no regresó más junto a su esposa en la hacienda. Sólo Segismundo saca tiempo, para dar la hora exacta y decir y gritar con el silbato, expresar la hora a las nueve en punto y sereno. Cuando en el alma de Segismundo se vió inalterada, herida, lamentablemente en soledad y en cada deseo un sólo beso de esos que le entregó y que amó a Cristina. Él, entre los trabajos de la hacienda su oficio de sereno, dando la hora en las noches tenebrosas, impacientes y frías de ese sereno frío y a veces con lluvia y con luna, él, Segismundo da la hor exacta en contra de viento y frío y en la forma sin dirección alguna en que cada vez, se siente como la noche fría e impaciente de un frío inalterado. Cuando en el frío se dedicó a saber que la noche era densa y álgida, tenebrosa, y herida, y en contra del sol y de la luz él siempre con su hora exacta en la noche fría, y tan densa como siempre. Cuando en el alba y en la alborada se vé el reflejo del sol en aquella habitación, donde se amó Segismundo con Cristina. Cuando en el presente de la vida de Segismundo se vió atormentado y tan frío, como el alma fría, y en contra de la voluntad, se vió tan frío, cuando al otro día, sí, regresó a la hacienda junto a su esposa. No dijo nada, sino que yá se sabía todo, y sin saber ni imaginar que era la secretaria de Segismundo su propia amante. Cuando en el alma se sintió como el aire o como el viento frío, sí, en el alma un cometa de luz y que pasó tan veloz, cuando en su alma un frío inocuo, pero, tan dañino para su propia esposa la triste infidelidad. Cuando en el alma se desgastó el tiempo, y la herida y la perdida alma por una infidelidad tan real y tan verdadera como el haberse dado fríamente entre Segismundo y su secretaria Cristina. Si en el trance perfecto de aquel tiempo, y de aquel ocaso frío y con aquella noche tan fría y desolada en que corrió como un jovenzuelo hacia los brazos de Cristian y no regresó a la hacienda hasta el otro día, fue un funesto instante en que la infidelidad se vió en tragos amargos de desesperaciones. Si en el tiempo y en el ocaso frío regresó en el tiempo, y más en el instante en que su esposa se vió aterrada fríamente a la verdad de intensificar por su gran deseo de abandonar la relación con ella.
Si es otra noche, otro derroche y otro reproche entre su relación con su esposa, cuando en el instante se escapa Segismundo hacia el pueblo, hacia decir y gritar la hora con su más oficio y tan perfecto, el que más le agrada a Segismundo y sólo falta un minuto para las nueve en punto y sereno, cuando en el trance de la verdad se hechizó la forma en creer en el grito y con el silbato expresar que eran las nueve en punto y sereno en toda la calle y en todo el barrio. Si Segismundo era el sereno, el oficio más viejo de la historia, sin más ni menos, grita la hora exacta a las nueve en punto y sereno. Cuando su esposa no lo extraña, yá sabe que tiene una amante y que el silencio automatizador de la espera y tan inesperada de siempre esperar por el amor de él, engordó más el tiempo, la herida, y la mala sensación de siempre atraer la infidelidad y la mala suerte hacia la hacienda. Cuando su rumbo, y su prometido desenlace de un sólo final en que el tiempo caducó como el sereno o como el sol a cuestas de la primavera y se vé venir la tormenta fría y tan desolada como el mal final de un todo. Cuando, de repente, se vió marcado por el frío y por la mala desolación de creer en el mal desenlace de un triste y muy fallido final en la vida de Segismundo, al que todo el mundo quiere. Si en el trance de la verdad, se dió como el evento más impetuoso o como el mismo desaire de creer en el mal común. Cuando en el mal porvenir se siente como el mismo aire o como el mismo instante en que se advierte que el sol y la luna se esconde bajo el imperio de tinieblas y de nieblas tan frías como la bruma de un mar tan seco como lo fue la esperanza en regresar a su hogar hacia la hacienda y con su esposa. Cuando en el desaire se vió atormentado y fríamente inalterado como si fuera un cruel desenlace, en el cual, se experimenta y estrepitosamente se siente en el alma, como si fuera un mal común entre ambos, tanto su esposa como Segismundo. Cuando el desaire socavó muy dentro de su alma devastada por el frío, y más por el mal comienzo de un porqué y tan desnudo, como si fuera un sólo tormento y el frío como si fuera un aguacero impetuoso. Porque cuando llega Segismundo a la hacienda nota algo, que su esposa no se halla presente en la hacienda, cuando Segismundo puso fin a su relación extramarital, entre él, y Cristina y todo por el amor hacia su esposa y por la infidelidad que no merecía ella.
Continuará………………………………………………………………………………………..