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**~Novela Corta - Las Nueve en Punto y Sereno - Parte II Final~**

Cuando, de repente, quiso Segismundo hablar con Cristina, acerca de esa relación extramarital. Cuando Cristina no quiere ni hablar acerca de eso, porque lo ama con tanto amor que no quería termina la relación aunque fuera como amante sino yá ni se vé por la hacienda como secretaria. Cuando Segismundo le explica ella no quiso entender, después que le había entregado alma y cuerpo, corazón y vida, si era un amor extramarital, pero, no con consecuencias sino que era un amor como nunca antes. Si ella Cristina sólo era la amante y no su esposa, cuando regresó ala hacienda después de hablar con Cristina, sólo la esposa le dice -“hasta aquí todo acabó”-, que se fuera él de la hacienda y de su vida y de la vida de sus hijos, y que no aguanta más, su infidelidad y que su presencia la está matando. Cuando en el alma se vió como final de un todo, cuando en el ocaso frío se vió como una tormenta fría y tan desolada y tan inocua como el mismo mal tiempo en que se avecina algo. Toda esa noche llovió y en la madrugada sólo acechó el mal tiempo como un oasis de agua y de lluvia dejando caer su triste aguacero en las gentes e inundando todo como si fuera un mal torrente de aguaceros. Y pasó todo el día así, descubriendo y tratando de hablar con su esposa, y remediar las cosas entre ellos. Ella, duerme, mientras que Segismundo, no quiere marcharse de allí, pues, el amor lo llama, lo espera y lo venera más imprudentemente, como si fuera un mal torrente de aguaceros cuando en el mal se dió como la misma espera de esperar por la respuesta de su esposa y que si le había pasado el coraje de la madrugada anterior. Segismundo muy pendiente de su cosecha, de su caña de azúcar y del café, cuando en el alma se aferró dentro del ocaso y del vivo y frío ocaso, cuando llegó la lluvia y cayó ese sendo aguacero. Si cuando en el alma cayó lo que más quiso una oscura luz, en la cual, se intensificó más y más, como el deterioro de la vida misma, cuando cayó y se hizo la lluvia más fuerte, más caprichosa y más extraña, como dando preámbulo como el mismo ocaso frío a la noche fría y quiso ser como el mismo delirio dentro del mismo instante cuando en el instinto se dió lo que más quiso el alma. Cuando en el aire se sintió el suave y el fuerte deseo de entregar el aire y el viento en la misma cara con el recelo de ver el cielo lleno de magias y de nuevos soles, pero, no el aguacero siguió y una tormenta sigue y persigue a Segismundo como preámbulo de una muerte tan segura como es la vida misma. Cuando en el trance de la verdad, se dió lo automatizado de la espera y tan inesperada de creer en el desconcierto de una hada maestra en que casi se pierde lo que se cree en el alma y en el mal tiempo. Cuando en el clandestinaje de la verdad, se dió como el mismo tormento, y como el mismo único trance de la verdad en creer en esa cruel y más terrible lluvia. La esposa de Segismundo se despierta de ese sueño intransigente, y de esa lluvia en sus propios ojos automatizando la espera de no ver más a Segismundo en su camino ni en la hacienda. Cuando en el embate de creer lo siente y lo palpa y más que eso lo sigue viendo en la hacienda, de donde lo había botado como basura, como esperpento, como un cosa sin valor alguna, como un triste mojigato, y como una hombre sin honra ni honestidad, yá que su palabra yá no valía nada. Cuando su esencia y su presencia lleva más de una década en forzar el amor a cuestas del frío y del temor a ciencia incierta, y por un amor devastado por un tiempo, en el cual, se llenó de malas sensaciones, cuando se perfiló el mal desastre de creer en el amor por los hijos nada más, cuando al principio era todo bien, pero, después llegó la mala rutina de saber que su esencia era tan mala como poder petrificar la mala presencia en la hacienda. Cuando en el imperfecto momento se creó la forma de creer en que la cosecha, sí, se había perdido todo. Cuando en el momento se siente como el mismo embate de poder creer que la cosecha se había perdido y sí, se perdió todo, como el calor cuando llega el frío, como el sol se vá después que viene la lluvia, y después del ocaso que llega la noche fría, cuando se siente como un ir y venir desde que irrumpió la mala suerte en lograr el deseo y más que eso un desaire puro y eficaz, como esa tormenta y sin avisar. Cuando sólo logró en destruir la cosecha, los caminos y más en el embate de dar con la mala suerte de creer que en la vida se cuece de la mala suerte al saber que llegó la tormenta a devastar la misma fuerza y con la misma fortaleza en dar con el imperio socavando en una sola penuria. Y saber que su presencia estaba automatizando la espera de esperar y tan inesperada de saber que su rumbo y que su dirección llega en ser como la órbita lunar atrapando el deseo y más que eso, la vida, pero, la mala suerte llegó en creer en que la mala cosecha de dar con esa tormenta tan triste como el haber sido devastar al pueblo de lluvia y por un aguacero muy fuerte. Cuando en el alma se abrió por un tormento frío y tan devastador como lo fue que habían perdido todo, tanto a la hacienda como a la cosecha. Cuando en el instante se vió como una triste lluvia en que cayó como estalactita fría hacia el mismo suelo dejando un inerte frio y por un demasiado álgido y tan frío como el haber sido devastado el mismo pueblo. Cuando en el mismo cielo bajó y fue el más terrible aguacero. Y Segismundo en ese ocaso frío no sabía ni qué hacer, si había terminado con Cristina, su esposa lo bota como trapo sucio de la hacienda y para encima una tormenta se avecina dejando un estéril momento en que se perdió todo como se pierde todo con una fría tormenta en que casi se siente como desapercibido el instante en que el desierto se enfrío como luna y tan álgida como el mismo imperio en que casi comienza a decaer en el mismo instante toda la cosecha. Cuando, de repente, cayó en una redención fría y tan gélida como el comienzo de creer en el ocaso frío cuando en el embate de la vida quedó como el frío tormento en que se perdió el desastre de creer en que la lluvia y el aguacero frío y tan gélido cayo sobre la hacienda de Segismundo. Y siguiendo y petrificando la espera y tan inesperada de saber de que el momento es tan frío como el mismo momento en que el ocaso llegó a ese día, cuando quiso ser como el sol y poder secar todo y poder salvar a la hacienda del devastador ciclón que había pasado por la pueblo y más por la devastada hacienda cuando se aferró el cielo a enfriar al suelo. 

Y Segismundo solo, desértico, herido y desolado, y en una triste soledad de una noche clandestina, tenebrosa y llena de lluvia y de relámpagos por una fría tormenta como si fuera un ciclón. Y Segismundo salió corriendo en la hacienda nota que su cosecha ha perdido toda, y que un rayo cae sobre la hacienda, tomando de cerca un desastre como un ciclón devastado por una tormenta, en la cual, se forma como un ciclón devastador, inerte y mal inconsciente y quedó varado en el pueblo por horas muertas, destrozando el suave desenlace y tan frío como el haber sido destructivo ara el pueblo, para la hacienda, para los compueblanos, y para Segismundo. Y sin poder calmar el desastre y tan frío como el haber sido el pueblo devastado de furia, lluvia y viento impetuoso, cuando a la cosecha en la hacienda de Segismundo, él se vé horrorizado de espantos y de miedos al perderlo todo. Cuando en el embate de todo, y por mucho desastre se vió impetuoso, furioso y destructivo y muy terriblemente devastador. Cuando en el ocaso se vé el frío y la más terrible de las pesadillas y tan fuertes como el dar con la cosecha y tan perdida. Cuando en el embate de todo y por todo, se vé aferrado al creer en la manera más cruel, y más ineficiente, de hacer crecer, otra vez, a la hacienda con la cosecha de la caña de azúcar y del café. ¿Cómo lo logrará?, más no se sabe a ciencia cierta, si la esposa de Segismundo, lo botó lejos de la hacienda y más que eso de la vida de ella y la de sus hijos. Cuando Segismundo, quiso ser como el mismo hacendado rico y con mucho prestigio, pero, no, no era como el perdedor, como el que siempre pierde, si perdió a Cristina, a su esposa, a la hacienda y más su cosecha y todo de un día para otro. Y en ese triste ocaso y tan frío como el viento y como el viento álgido socavó muy dentro de sí, el haber perdido todo. Cuando en el embate de creer en la superficialidad de un todo, marcando el trayecto y el camino hacia la hacienda, porque se abraza a su esposa dejando saber que en el amor se puede todo, pero, ¿qué amor?, sino había ni existe amor entre ambos. Si en la hacienda estaba todo destruido y tan devastado por el ciclón que Segismundo quiso correr en el tiempo, y más en el ocaso frío de esa noche a expensas de la pura verdad en que se atormentó el mal desastre de creer en el desastre en poder saber que en esa destructiva manera de destruir la hacienda se podía reponer, pero, aunque tenía esperanza no la podía ver. Cuando en el capricho de creer en la magia de ver, otra vez, a la hacienda renovada y creciendo estaba muy lejos de la verdad. 

Cuando Segismundo corre a su viejo oficio en plena tormenta, no le importa nada, sólo que ésta herido, desolado, y tristemente en soledad, cayó en una cruel soledad en decir que el juego de su vida, se debía a que el silencio automatizó lo inestable de saber que su vida vá a expresar la hora más exacta del día y de la noche, las nueve en punto y sereno, las nueve en punto y sereno. Y se fue corriendo de la haciendo casi llorando y con esa tormenta a cuestas de su camino, pues, yá casi era las nueve en punto y sereno. Cuando en el embrague de todo y en la casi nada de creer en el alma a solas y a cuestas de la verdad, quedó corriendo bajo el ciclón, y la tormenta con relámpagos, cuando en el alma quedó como tan solitaria, como el camino solo y devastado y en triste desolación y todo por el ciclón. Cuando, de repente, entre la lluvia y el ciclón resbaló por una jalda de aquel campo y del pueblo. Y allí quedó desmayado, inerte, frío e inconsciente, cuando sólo soñó como una cruel pesadilla ahogando su vida con ese lluvia y con ese ciclón devastando al pueblo de lluvias y de aguaceros, cuando su alma  se debate de iras sorprendentes, de sueños inocuos, y de transparencias de mala o buena suerte, cuando en la jalda quedó allí, como si fuera una serpiente o una senda llena de inundación, pero, no, no, era él, Segismundo. Cuando, de repente, se vió aterrado y horrorizado de espantos y de un silencio automatizado a la espera y tan inesperada. Y con garrote y silbato en mano, se sintió como si estuviera dando el tiempo, o sea, la hora exacta en el preciso momento cuando en el instante se vió aterrado, sí, pensando e imaginando, lo peor, en su vida, dejando inerte el corazón, y dejando estéril el alma fría y llena de fríos y de lluvia adyacente. Cuando, de repente, se vió formando el alma en una sola e impetuosa, y tan débil, como el instante en que se vé formando la caricia de una sola vida, cuando en la jalda se vé aterrado y frío e inestable como el mal final y el mal desenlace de creer en el alma jugando el juego por un fuego devorador en el cuerpo y más en el alma fría. Cuando Segismundo, quiso ver el siniestro cálido de un sol entre sus ojos, pero, no, no se recuerda de nada sólo de la hora exacta y que sólo le viene a su imaginación dar y gritar la hora su oficio del sereno en el pueblo por donde por tantos años expresó la hora exacta que eran las nueve en punto y sereno. Cuando, de repente, se vió forzado a envenenar la forma y la manera de creer en su hacienda como que en el frío, y la lluvia se vió aterrado y enfrascado de álgidos vientos, y de fría tempestad, cuando en el derrumbe de todo, y en la destrucción de un todo se vió aterrado, y en que se fue el torrente de lluvias frías, y tan inconscientes en creer en el temor o en el alma devastada. Sin saber que el silencio automatizó la espera y tan inesperada de creer en el alma devastada, y tan irreal por el temor incierto de dar con el silbato y una creencia con tener un apoyo con el garrote, para atreverse a levantarse de la jalda por donde había caído. Y con vela y con tea en mano, vá saliendo de la jalda, si acaba de sentir el fuego devorador de la vela en su poder cuando la enciende y sabe que el triste comienzo acaba de percibir un instante en que se siente como el desenlace de creer en el combate de dar con la luz en el tiempo y en el final de un mal final. Y se cree que en el desierto automatizó en la alborada fría de espantos, en la cual, nunca llegó, pues, quedó dando vueltas en la misma jalda, cuando en el mismo instante calló de desesperación, de fríos y de una lluvia inesperada, pero, tan cierta. Si en el rumbo calló como un temor incierto, pero, inocuo y tan transparente, como el cielo mismo mirando y observando a la hacienda fría y llena de temores inciertos, porque cuando se siente como el frío, se siente como el paisaje de ida y sin regreso. Y la esposa de Segismundo, calló en una sola redención, cuando en aquella noche vió marcharse a Segismundo de la hacienda. Cuando en el momento calló silente, pavoroso, y con mucho temor a ser verdaderamente un dolor de cabezas, cuando se levanta con garrote en mano. Y con silbato en mano, y con vela y con tea, se derrite el comienzo de atraer el final en camisas de sudores extremos cuando con el fuego y con la devoradora y tan destructiva lluvia. Si, de repente, se vió entregando el comienzo de una nueva voz, y de un grito ensordecedor que grita la hora exacta cuando converge en el momento preciso y cuando más se necesita en la manera de creer en el silencio, cuando se vió aferrado en el trance mayor de dar con el silbato un grito desesperado en el tormento y con la lluvia en frenesí. Y en el momento se vió aterrado y frío como el mal comienzo de creer en el mal camino que había tomado como el más sereno, aquel oficio que da la hora exacta a las nueve en punto y sereno. Cuando, de repente, se vé entregado y aterrado y aferrado a su forma de dar la hora exacta, cuando en el trance de la verdad, se vió inalterado y frío como de costumbre, cuando en el trance de la verdad, se vió aferrado a creer en la mala o buena suerte de dar con el silbato la hora exacta. Si en el trance de la verdad, se vió frío, y desconsolado, y tenebroso, e impetuoso, y pavoroso, como todo transeúnte de aquel barrio o del aquel pueblo en que camina todas las noches sirviendo a su gente, y en esa vesania locura, halló lo que nunca, decir la hora exacta en esa noche fría y desconsolada, y tan tenebrosa como la misma jalda en que había caído, fuera de lo común. Si en el momento y al mismo tiempo, se cruzó el tiempo y en esa noche fría, de desconciertos dando preámbulos a lo nuevo y casi tan real. Y en el instante se vé Segismundo, como un perdido y moribundo méndigo de la hora exacta, cuando en el combate de la verdad, se hizo como un dios griego, dando poder a sus fuerzas de méndigo innato, y con la pureza hecha carne, cuando se devastó un mal inconsciente de creer en el alma a cuesta de la nada. Si en el trance de la verdad, se hechizó el poder de Segismundo, con el poder de ser como el mismo instinto sin ser tan salvaje como el mismo desierto, cuando se vió horrorizado de espantos, cuando en el momento, se vió mendigando, si lo perdió todo, y más que eso su esposa lo abandonó por la infidelidad, y por más que eso por Cristina lo dejó solo, triste y con fríos, y a la mala suerte, dejando inerte el corazón, y estéril al alma fría. Dejando solo el corazón y el alma devastada llena de desconciertos inútiles, pero, tan sutiles como el mismo camino en que siempre camina sin la lluvia de esa fría noche. Cuando ocurre el mayor de los imperfectos, cuando Segismundo, quiso ser como el aire o como el desaire, pero, llevando dentro de su corazón un sólo dolor, y fue el del amor, y tan triste como la misma lluvia que pasa a su alrededor. Cuando, de repente, muere de desesperación sin poder terminar a dar la hora exacta en el mismo pueblo en que lo vió crecer. Si, de repente, se vió marcando el reloj con la hora y tan exacta y tan petrificada de ver y de sentir el tiempo en su piel. Y Segismundo, allí tirado como mojigato en el suelo, y nunca se levantó pensando en un sólo deseo el de dar la hora exacta en el pueblo, dejando saber que su instinto y su solución de dar la hora exacta era siempre el del oficio del sereno. Cuando, de pronto, sigue la señal del latido de su corazón, y prosigue el camino de seguir un rumbo, una sola dirección y saber que su instinto, se vió marcando la hora exacta, de saber que su voz y su grito se debe a que daba la hora exacta en el pueblo. Cuando en el ocaso frío y en converger el frío siente de su seriedad, y de su autonomía, se aferró a su oficio y con garrota en mano y con silbato en mano y con vela y con tea, subió por el acantilado, hasta que en el silencio se automatizó la gran espera y tan inesperada, en saber que el dolor se aferró en saber que su instinto se intensificó en demasiada vil e irremediable desesperación, cuando en el aire o en el desaire se vió aterrado al frío y a la lluvia que cae en su cuerpo y más en su piel. Cuando, de pronto, se vió horrorizado de gran temor cuando en el trance de lo imperfecto se dió el mal de un ciclón devastado por una fría lluvia y por un terrible relámpago de un rayo en medio de la tormenta, cuando cae un rayo en medio del ciclón y Segismundo gritando que son las nueve en punto y sereno, que son las nueve en punto y sereno, y que son las nueve en punto y sereno. Creyendo que no hay más tiempo, que el que lo sigue un relámpago a muerte y cayó muerto Segismundo en la acera, donde siempre y todas las noches grita con silbato y con garrota y con vela en mano que son las nueve en punto y sereno.   



FIN