El cansancio fluye como fiebre entre destellos,
emite un sucumbir de aciagos oráculos y mitones
desprevenidos, cumple con los pájaros su circuito
del pan y circo,
y observa desde la lejanía los cánticos lúgubres de oficina
y mansedumbre. Es que voy cayendo por los laterales
de las iglesias, por los laberintos de la luz tamizada,
llenando de oscuros presagios mi rendición urbana.
Cobertor que abrasa en un lamento de operaciones matemáticas
y en la distancia mi circulación de lluvias y árboles ácidos.
No sé. Distribuyo los panes con los peces, las agonías
suspendidas de los cadáveres, y ese sustento que, imprescindible,
repercute en la fragancia de un tronco agusanado.
El cuero evita la humedad de los astros, su aposento
de luz y cavidades, mientras en los fuegos noctámbulos,
dentro de los glaciares herméticos, el sueño produce
fiestas de pistolas.
Yo vago indeciso por calles y callejones, derribando
algún que otro rostro de admitida belleza escultural, y ese llanto, y esas lágrimas,
renacidas, copian la luz de las estatuas en sombra.