Los siglos comunican distancias frías
recorren junto a los labios las fresas otoñales,
los descensos incrementados oscurecen iglesias,
templos determinados que favorecen las diluidas
tormentas. Donde admiten lenguas en las costas
aletargadas, el sueño remite en su fuego de yemas calcinadas,
los tálamos ocultan un desdén de invierno,
y su espíritu reclama un porvenir definido por incensarios.
Los brazos insinuantes, silban como candelabros huecos,
oboes, clarines, y trompetas, forman un osario instrumental,
derribando mi orgullo sin fronteras y sin rostro.
Cavidades llenan ahora mi cuerpo de cenizas,
mis mejillas incendiadas. Y sus pómulos tornan
masivos los renglones acumulados de lluvia.
La luna es un amasijo de óxido que persevera
en el cielo, pese a los llantos de las aves que migran
su futuro y su alegría de carnal ofensa.
Vivo junto a los poros del agua ofendida,
junto a los labios inclementes de las gárgolas,
con ese violento resorte que emite un destello de pan.
Me gustan los muslos de las palomas, sus carnívoras
fauces derriban mi cuerpo de láminas, y en las fraudulentas
blancuras, muero por un trozo de cieno.
Y ya sin manzanas ni árboles frutales, huyo,
fantasma de esperanza, hacia los labios que me excluyeron-.
©